Hoy vivimos y consumimos diferente que nuestros abuelos y probablemente que nuestros padres. La industrialización, urbanización, globalización, acceso a tecnología, entre otros, han tenido consecuencias positivas para la humanidad, pero no necesariamente para el planeta tierra. La forma en que se producen, distribuyen, comercializan y consumen los alimentos no es la excepción.

Hoy podemos comprar cerca de casa un kiwi de Nueva Zelanda, unas uvas chilenas o incluso unas manzanas de Chihuahua, pero ¿te has puesto a pensar cuántos kilómetros viajaron estos alimentos para llegar al lugar de venta? ¿O cuánto combustible se necesitó para transportarlos, y las emisiones de gases de efecto invernadero que esto generó? ¿O cuánto tuvo que aumentar el precio para que cada integrante de la cadena agroalimentaria obtuviera ganancias?

Hay una forma de consumir alimentos en forma más responsable a como lo hemos estado haciendo en las últimas décadas y es apoyando las cadenas cortas agroalimentarias. Éstas se definen como la forma de comercializar alimentos sin o con la menor cantidad de intermediarios, garantizando que exista así una “proximidad geográ­fica, organizacional o social entre productores y consumidores”, tal y como lo indica la Organización Mundial de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).

¿Y qué ventajas ofrece generar cadenas cortas?

  1. Establecer relaciones de confianza entre productor y consumidor
  2. Mitigar el impacto medio ambiental ocasionado por la agroindustria y el desplazamiento de los productos
  3. Posibilitar un consumo más y mejor informado
  4. Garantizar mayor calidad nutrimental de los alimentos
  5. Estimular la economía local
  6. Aumentar la calidad de vida de los productores de pequeña escala
  7. Disminuir la brecha de la inequidad social

Al igual que la mayoría de las problemáticas en el mundo, ésta requiere de una política pública que promueva las cadenas cortas en sus diferentes modalidades: 1) venta directa o consumo (agroturismo) en el sitio de producción, 2) venta en ferias locales, 3) venta en tiendas e incluso supermercados, 4) reparto a domicilio, 5) venta por correspondencia, 6) venta al sector público y 7) exportación bajo las normas del comercio justo.

¿En concreto, qué podemos hacer como consumidores?

Afortunadamente en el mundo entero el movimiento que apoya esta forma de comprar está creciendo y entre más personas se sumen más oferta se genera y aumenta el apoyo gubernamental. Si estás interesado en practicar este tipo de consumo, te recomendamos:

  1. Acudir a los mercados, tianguis, ferias o locales donde venden productores de pequeña escala de regiones dentro o aledañas a las ciudades. En la Ciudad de México por ejemplo encontramos productos de Xochimilco o de Milpa Alta.  Encuentra aquí algunas alternativas: http://eluni.mx/2kxY6oO
  2. Platicar con los productores, puedes aprender mucho de ellos. Si tienes hijos, involúcralos.
  3. Contactar a uno o varios pequeños productores y organizar la distribución de sus productos en tu lugar de trabajo.
  4. Preparar recetas que usen ingredientes frecuentemente vendidos por productores de pequeña escala. Por ejemplo aquí encuentras recetas con amaranto, nopal, avena, entre otros.
  5. Informarte más desde otras plataformas como: http://nuup.co/
  6. Incluso puedes tomar cursos sobre este y otros temas relacionados en: http://www.fao.org/in-action/capacitacion-politicas-publicas/cursos/es/
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