Asistente de Christian Dior a los 18, heredero del imperio ante la muerte de su mentor a los 21, fundador de su propia casa de alta costura a los 26; Yves Saint Laurent, el tímido y frágil “Príncipe de la Moda” logró transformarse de un alumno moldeado bajo el férreo yugo de la ideología Dior al hombre que le puso smoking a la mujer, que hizo de la pintura un vestido, que revolucionó la moda y reescribió el concepto de elegancia. Con su arte, Saint Laurent se convertiría en un símbolo de Francia, tan grande como la mismísima Torre Eiffel.

Ya sea por coincidencia cósmica, ya sea por simple moda o porque al parecer no sólo a Hollywood se le da eso de reciclar ideas, la imagen y el culto hacia el famoso diseñador de moda adquirió nuevos aires con el estreno de dos películas (ambas en 2014) que narraban la vida del genio francés.

La primera, titulada sin pizca de originalidad simplemente como Yves Saint Laurent, dirigida por el actor y director francés Jalil Lespert, es una biopic absolutamente convencional, actuada con toda correctitud por la dupla compuesta por Pierre Niney en el papel del diseñador y Guillaume Gallienne como el inseparable mecenas y eterno protector de Saint Laurent, el millonario Pierre Bergé.

Formulaica y sin innovación pero con un diseño de producción sin tacha alguna, la biopic de Lespert al menos cumple con el propósito básico de toda pieza de este género: provocar la curiosidad suficiente como para la búsqueda de mayor calado por otras vías. Se agradece empero el compromiso de Niney al encarnar al genio de la moda con cierto tino, sobre todo en la recreación de los famosos altos y bajos emocionales del artista.

El filme decididamente falla en la exploración más profunda del personaje (¿qué lo motiva?, ¿los hombres?, ¿la fiesta?, ¿la adulación?, ¿acaso el propio Bergé?) y aunque no rehuye a los momentos más oscuros, tampoco quiere molestar a nadie en la sala: escamotea las escenas de sexo entre hombres, la droga y la fiesta. Apenas y consigue algunos instantes memorables, no tanto por la manufactura de los mismos sino por los episodios que traza (la creación del legendario vestido Mondrian, su éxito en las pasarelas, etc).

Mucho más ambiciosa y a la vez con cierto matiz caótico es Saint Laurent, la otra cinta sobre el diseñador también estrenada en 2014 (apenas llega a las salas comerciales de México este fin de semana) y que representara (sin éxito) a Francia en la lucha por el Oscar de aquel año.

Dirigida por Bertrand Bonello y con el actor Gaspard Ulliel como protagonista, ambos dibujan a un Saint Laurent menos empático, mucho más errático y sensual. Estamos ante una biopic que pretende dinamitar los convencionalismos de la biopic como género, principalmente en la edición, que va de años más recientes, al pasado y de regreso, con brincos temporales constantes que obligan al uso permanente de letreros indicando el año en que nos encontramos.

Esta es una cinta para aquel que conoce la historia, aquí no hay linealidad ni tampoco se detiene en los episodios más famosos del artista (el Mondrian apenas y se menciona). A cambio, Bonello entrega una narrativa como de quien hojea las postales de una vida. Si con Lespert la voz en off de Bergé era el hilo conductor, aquí lo será la del propio Saint Laurent.

Bonello no le tiene miedo a la fiesta ni al sexo, al contrario, se toma su tiempo para recorrer con la cámara (fotografía de Josée Deshaies) el baile, la parranda, las miradas que gritan deseo y lujuria. Más que ilustrar la historia, Bonello pareciera intentar meterse en los recuerdos de un Saint Laurent contradictorio, caótico, irremediablemente atrapado en el vicio, en la búsqueda del placer y la belleza.

Sin condescendencia, Bonello entiende que la genialidad rara vez va ligada a la pureza (si no es que nunca), por ello no teme a mostrar las catacumbas de su obsesión sexual por Jacques Basher (Louis Garrel), el pozo de la droga y el alcohol, la infidelidad constante y la insatisfacción perenne de un Saint Laurent que al final de sus días quedaría atrapado en sus recuerdos para declarar sin miedo: después de mi no hay nadie.

Con los genios, la representación siempre quedará corta. Tal vez por ello el documental L’Amour Fou (2010), ópera prima de Pierre Thoretton, sea un vehículo mucho más efectivo para intentar entender los motivos y circunstancias del genio de la moda.

Este documental parte de la admiración y el amor. Narrado por el mismo Pierre Bergé, la cinta comienza con los preparativos para la subasta de la vasta colección de arte que la pareja mantuvo durante décadas de relación. Bergé decide deshacerse de estos objetos al año de que falleciera Saint Laurent, y no hay otra razón más que el peso de la memoria que toda la colección conlleva.

Así, probablemente no hay mejor aproximación al genio de Laurent que a partir de la voz y el recuerdo de aquel que fuera su amante, mecenas, compañero, socio y a veces incluso carcelero pero siempre eterno enamorado Pierre Bergé. A través del sesgo de sus memorias (y con vasto material de archivo), Bergé narra desde los inicios del artista en la casa Dior, la fundación de su propia firma de moda, hasta la apoteosis cultural del hombre vuelto mito e inspiración para otros artistas como Andy Warhol.

Bergé, sereno, pragmático, roto por la ausencia de su amado, describe sin empacho todas las facetas de Saint Laurent: tímido, dubitativo, depresivo, alcohólico, drogadicto, infiel. Y aún con todo, en una actitud plenamente estoica, la pareja que se conociera en 1958 se mantendría unida, de una u otra forma, hasta la muerte del diseñador en 2008.

Más allá de la moda, el arte, el éxito y el dinero, ése es el logro que más llena de orgullo a Bergé: todos los años que estuvo a lado de su amado Yves.

@elsalonrojo

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