La tercera usualmente es la peor. No lo digo yo, lo dice uno de los personajes de la sobrepoblada, súper densa, sobre saturada  X-Men: Apocalypse. Y si acaso hay una gota de verdad en esta cinta, ella está contenida en esa frase. Terceras partes nunca fueron mejores.

De las cenizas de cinco películas previas, Bryan Singer intenta hacer una sexta que rebase en todo sentido lo alcanzado en una carrera dedicada (¿desperdiciada?) en hacer la misma película una y otra y otra vez. De hecho, Singer es uno de los principales culpables de que a la industria le sean hoy insuficientes los 365 días del año para atascarnos de películas basadas en cómics. Cuando en 2000 Bryan Singer dirigió la exitosa X-Men, aquello era una anomalía; hoy se ha vuelto una regla: imposible pensar en la cartelera anual sin al menos 5 o 6 películas de superhéroes.

Basada en otro famoso arco argumental emanado de los cómics (tal y como fue el caso de Days of Future Past, 2014) la película recurre al truco más viejo en este tipo de historias: un villano superpoderoso, con ínfulas supremacistas y totalitarias, que quiere destruir al mundo nomás porque este no le gusta so pretexto de construir algo mejor.

El planeta ya le queda corto a este tipo de películas. Si antes destruían edificios y luego ciudades, ahora el mundo entero es una maqueta digital gigante para ser pisoteada por el actor (vuelto botarga) en turno. Esta vez se trata de Oscar Isaac, sepultado tras capas y capas de maquillaje azul, un traje por demás estrafalario (para no decir ridículo), unas bototas para medio ocultar su corta estatura y la voz filtrada por un reverb de computadora. Ése es Apocalypse, el semi dios mutante que pondrá en jaque al planeta entero con su berrinche contra la humanidad y sus ánimos de destrucción.

Para enfrentar a este peligroso personaje azul vendrá otra cabalgada de personajes ya conocidos y muchos de ellos también azules: Bestia (Nicholas Hoult), el nuevo Nightcrawler (Kodi Smit-McPhee), la nueva Jean Grey (Sophie Turner), el nuevo Cyclops (Tye Sheridan), la nueva Storm (Alexandra Shipp), la vieja/nueva Mystique (Jennifer Lawrence) y el viejo ya muy viejo Wolverine (Hugh Jackman), en un cameo para enloquecer a los fans, ligar la cinta con una futura entrega (que ya dijeron que será la última sobre Logan) y para hacer aún más confusa e inconexa la trama.

La lista de personajes no termina ahí, así como tampoco la cantidad de subtramas, diálogos y secuencias hechas por computadora. Para Singer, el apocalipsis es un asunto denso, sobrepoblado y empalagoso: prácticamente no hay escena que no tenga algún efecto por computadora, que no esté saturada de colores neón, que no incluya un personaje de piel azul. Todo debe ser grande, atiborrado, grandilocuente, sufridor, denso. Este tren va tan lleno que lo primero que lanzan por la borda es el humor, que termina por sentirse forzado y soso.

La saturación absoluta ahoga también a los pocos actores que están presentes. Jennifer Lawrence está en automático, como diciendo “ya tengo dos Oscars, no debería estar haciendo estas mamarrachadas”. El guión, instalado en la flojera absoluta, copia  en algún momento a su personaje en la saga de Hunger Games: Mystique es aquí una heroína que no quiere o no sabe ser una heroína.

Pero el caso más triste es el de Fassbender / Magneto. Una de las características que hacía a los X-Men un asunto interesante (particularmente en la segunda entrega, X2, 2003) es que el antagónico tenía motivaciones tan válidas como las del héroe. Aquí Magneto queda relegado al villano que muy en el fondo es bondadoso, el mismo recurso con el que en la tercera entrega de Star Wars (Return of the Jedi, 1983) le dieron al traste a uno de los villanos más grandes del cine, Darth Vader.

Singer no sólo destruye la personalidad de Magneto sino que además pone a Fassbender en una situación donde sus esfuerzos por actuar resultan vanos. Este es probablemente el momento más bajo en la carrera del actor (aquella secuencia dramática en el bosque, lamentable), intenta hacer de nueva cuenta un Macbeth pero el material no le da más que para ser un tipo haciendo gestos frente a una pantalla verde con una cubeta en la cabeza.

No todo está perdido, por supuesto. En este remix infinito, algunas fórmulas prueban de nueva cuenta su efectividad: Singer repite la escena de Quicksilver que hiciera memorable a Days of Future Past, con una nueva canción de fondo y hasta un homenaje a Inception (Nolan, 2010) incluído.

X-Men: Apocalypse puede verse como el vaso medio lleno o medio vacío. Es un desastre de CGI, colores brillantes, trajes estrafalarios (aunque sexys, ¿verdad Psylocke?), actuaciones ahogadas, pero con todo, en medio de aquel caos, Singer logra crear algo parecido a un clímax rumbo al final, y aunque es incapaz de emular ese gozo casi infantil de la batalla en el aeropuerto en Civil War, al menos logra que recuperemos el interés, aunque sea por unos minutos.

Vistosa y llena de guiños para los fans, esta entrega de X-Men tendría que ser el inicio del fin. Con Singer empezó la fascinación por este tipo de cine, y sería justo decir -luego de ver esta sexta entrega- que con Singer empieza también el hartazgo.

@elsalonrojo

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