La fascinación ante la posibilidad de empequeñecer hasta quedar del tamaño de una hormiga no es algo que naciera en los cómics, estamos en terrenos de la ciencia ficción más primigenia; es por ello que Ant-Man, la más reciente entrega de Marvel Studios, lo tenía doblemente difícil: se trata no sólo de un personaje poco conocido para los no iniciados en los cómics sino que además cargaba tras de sí con todo un canon que va desde cintas como The Incredible Shrinking Man (Arnold, 1957) y Fantastic Voyage (1966) hasta la ochenterísima y entrañable Honey, I Shrunk the Kids (1989).

A lo anterior habría que sumarle el compromiso inherente de toda cinta Marvel: ser una pieza más del rompecabezas de superhéroes (recuerden, Marvel no vende películas, sino expectativa), exigencia que el director original, Edward Wright (el mismo de la trilogía Cornetto y de Scott Pilgrim), no estuvo dispuesto a respetar por lo que amablemente le enseñaron la salida, a pesar de los gritos de oprobio de todos los fans que veían en Wright la posibilidad de una gran cinta.

Con todo habría que decir que el director emergente, Peyton Reed (Bring it On, 2000) hizo la tarea; Ant-Man es una cinta que busca cumplir con todos los frentes y lo logra con razonable solvencia: es una película de aventuras de ciencia ficción, es una comedia de atracos, es una cinta que no se toma demasiado en serio, es un filme que no se pierde en explicaciones pseudo científicas (aunque en el camino deje cabos sueltos que en realidad no importan) y sí, también es un producto Marvel.

Hank Pym (Michael Douglas, enorme) ha encontrado la fórmula para empequeñecer o agrandar a voluntad, gracias a la combinación de una sustancia y el uso de un traje. Pym decide no dar a conocer su invento so peligro de que cayera en malas manos. Y eso es justo lo que sucede hoy día cuando Darren Cross (antiguo alumno de Pym) está muy cerca de llegar a una fórmula parecida a la que inventara su mentor, aunque Cross no duda en venderla como arma al mejor postor.

El viejo Pym encuentra en Scott Lang (Paul Rudd), un ex-convicto con ánimos de reformarse para impresionar a su pequeña hija, un digno heredero del traje de Ant-Man y la única opción para detener a Cross.

Con una gran dosis de humor (aunque sin que esto sea un film de Judd Apatow, por supuesto) la cinta se desenvuelve más como una heist movie que una película de superhéroes, donde toda la trama irá sobre el plan para entrar al laboratorio de Cross y sabotear sus planes.

Visualmente la cinta resuelve a la perfección el hecho de ver y vivir la acción en dos perspectivas distintas: lo que en el mundo del diminuto Ant-Man puede ser una pelea a muerte, desde nuestra perspectiva de humano con tamaño normal todo se resume en unos cuantos juguetes que caen (la magnífica secuencia del final) o en una fila de pequeñas hormigas que va de un lado a otro.

El juego va más allá de simplemente mostrar escenarios gigantes de espacios conocidos: la cámara vuela, se mueve con gracia entre los ejércitos de hormigas y los espacios agigantados, resolviendo con gran imaginación el juego dispar de las perspectivas y dando pie para imaginar nuevos mundos en espacios subatómicos imposibles (única secuencia por la que vale la pena el 3D).

Atinadamente, Ant-Man resulta en una pequeña cinta de acción y ciencia ficción, una mezcla afortunada entre The Rocketeer (1991) y Ocean’s 11 (2001), que encuentra su personalidad en medio de la grandilocuencia de los Avengers pero sin llegar tampoco a los niveles disparatados de un Guardians of the Galaxy (2014).

Nunca sabremos qué tanto de esta cinta se le debe a Edgar Wright, suponemos que el humor y la atención a los detalles (la referencias a The Cure o incluso al título del cómic donde surgiera por primera vez Ant-Man) es lo que quedó de su pluma; pero en todo caso el resultado final es bastante decoroso, una cinta que sabe complacer a varios niveles y que en definitiva resulta mucho menos fallida (y mucho menos tonta) que ese gigante soso llamado Avengers 2. El tamaño a veces si importa.

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