El futbol es demasiado importante para dejárselo sólo a los futbolistas, no se diga a los directivos. Las finísimas personas que mandan o han mandado en la Concacaf, varias de las cuales están prófugas o en la cárcel, han convertido a esta organización en la vergüenza de la FIFA, lo cual ya es mucho decir. No, no tiene nada que ver con la pobreza de varios de los países de la región. Si algo sobra en el entorno “cancacafkiano”, como le llama Roberto Gómez Junco, es dinero. El problema es que gran parte de ese dinero se lo embolsan esos caciques que, para colmo, son pésimos organizadores. Dígalo si no la Copa Oro 2015, hazmerreír del mundo futbolístico. Estados Unidos perdió sorpresivamente su semifinal contra Jamaica, por lo que los jerarcas de la Confederación necesitaban desesperadamente que México le ganara a Panamá y llegara a la final, so pena de que el negocio palideciera. Los nuestros iban perdiendo 0-1 y en los últimos minutos del tiempo reglamentario se marcó un penalti inexistente contra la escuadra panameña. Gracias a ese y otros “yerros” arbitrales, ganamos 2-1.

Los únicos héroes de esta desgracia fueron dos panameños: el técnico “Bolillo” Gómez y el capitán Román Torres. Ambos reaccionaron con madurez y dignidad ante el agravio, uno con declaraciones certeras y el otro con acciones para impedir que sus compañeros recurrieran a la violencia al fin del partido. El villano fue el árbitro, aunque los principales culpables de este acontecimiento oprobioso fueron los mandamases de la Concacaf. ¿Y el Tri? Pues nada, que jugó muy mal, que no merecía ser finalista y que va en caída libre. Por cierto, el único jugador que consistentemente ha mostrado buen futbol es Andrés Guardado, quien ha sido injustamente criticado por no haber errado intencionalmente el primer penal. Hablo de una injusticia porque el que debió haberlo decidido es Miguel “El Piojo” Herrera. Esa decisión era pertinente por razones éticas, pero a Herrera también le habría granjeado gloria personal: ¿qué vale más, una triste Copa Oro o pasar a la historia del deporte por un acto de honestidad y fair play?

Pero el Piojo parece atravesar por una crisis emocional y deportiva. ¿Cómo explicar si no que un entrenador tan exitoso y carismático, que hace unos meses estaba en los cuernos de la luna, se esté derrumbando de esta manera? Su declive inició el pasado 7 de junio. Por su gran popularidad entre los mexicanos, fue reclutado por el partido político más desprestigiado del país, por la vía del gobierno verduzco de Chiapas, para grabar varios comerciales. Tiempo después cometió el grave error de convertirse en cómplice de una sucia campaña de proselitismo tuitero a favor del Partido Verde orquestada el mismo día de las elecciones, y se negó a disculparse. Se manchó. No, por supuesto que no perdió el apoyo de toda la afición, pero engendró un núcleo duro de detractores en redes sociales que sólo requería un mal rendimiento futbolístico para crecer. Sus innumerables comerciales, que a pocos molestaban, empezaron a acarrearle un alud de invectivas.

De ahí a sus actuales tribulaciones sólo medió un tropiezo con el balón. El equipo empezó a jugar mal desde los partidos de preparación para la Copa y, salvo fugaces momentos, arrastró desorden y desconcentración a lo largo del torneo. Y es que el mismo factor que hizo al Piojo idóneo para dirigir a México de cara al Mundial lo hace ahora indeseable: su temperamento aguerrido, que ayer motivaba y levantaba el espíritu a un plantel apesadumbrado, hoy tensa y a veces desquicia a sus pupilos. Dicho sea de paso, ocurre lo contrario con Víctor Manuel Vucetich: los argumentos que lo hacían cuestionable como bombero o salvador en la calificación mundialista lo hacen la mejor opción en un proyecto de largo aliento para Rusia 2018. En fin. El hecho es que en nombre de la unión de vestidor y de la solidaridad con su jefe, varios jugadores han comprado los pleitos de su técnico con algunos medios y lo han defendido con hashtags y vetos periodísticos Es evidente que él está muy estresado, que no puede con la presión de la opinión pública y que está contaminando a sus muchachos. Lo que consciente o inconscientemente les inculca ya no es tanto el deseo de vencer a los rivales cuanto el de obtener revancha contra sus críticos. Hay demasiados nervios fuera y dentro de la cancha, y eso se traduce en un desempeño errático del Tri.

Miguel es un buen entrenador. Un gran motivador, un táctico hábil. Pero sus cualidades se están tornando irrelevantes, porque algo se ha quebrado entre él y la afición y es muy difícil que alguien pueda pegar los pedazos. Con su apoyo tramposo a un partido, el Piojo politizó a la selección nacional y le quitó el aura de ser “el equipo de todos”. El daño que le está haciendo al grupo -y ojo, señores de la Federación: también a la marca- no es menor y no se va a contrarrestar con trofeos que albergan frutos envenenados (dicen que hay derrotas que enaltecen y victorias que envilecen, y la de México sobre Panamá fue una de estas últimas). Por ello, a juicio mío, Miguel Herrera debe dejar el puesto. La Femexfut tiene criterios contradictorios para decidir los cambios; fue muy impaciente con Hugo Sánchez, por ejemplo, y derrochó paciencia con el vivales de Sven-Göran Eriksson. En esta ocasión, sin embargo, no tiene sentido esperar a que las cosas se pudran más. Es hora de cambiar. Este hombre astuto, otrora simpático y triunfador recibió el beso del diablo, del diablo verde, y al aceptarlo él mismo echó a perder su carrera como técnico nacional. ¡Ah, la grilla, la grilla tóxica! Como dicen que decía Álvaro Obregón: en política no se cometen errores: se comete UN error; todo lo demás es consecuencia.

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