Para Omar: que el recuerdo de Lalo te aliente siempre

Las taras de la democracia contemporánea se tornan cada vez más ostensibles. Desde que se entronizó el neoliberalismo, a finales del siglo pasado, se empezó a difundir el nuevo dogma de que el sistema democrático sólo puede y debe funcionar con ese modelo económico globalmente correcto. Se cercenó así la mitad izquierda del espectro ideológico y, de facto, se limitó al electorado a elegir ofertas más o menos radicales de la misma fórmula: mercado máximo y Estado mínimo. Arrastrada por el aluvión derechizador, la socialdemocracia se mimetizó y adoptó una versión descafeinada del laissez faire. La gente en casi todo el mundo se quedó sin partidos políticos que le ofrecieran algo distinto, y quienes se negaron a aceptar la receta neoliberal tuvieron que salir a la calle a protestar. La inconformidad arreció después de la crisis de 2008. De esos movimientos sociales surgieron partidos ciudadanos, como Podemos en España, y se fortalecieron partidos de raigambre comunista, como Syriza en Grecia.

La llegada al poder de esta izquierda radical, con Alexis Tsipras a la cabeza del gobierno griego, sacudió el orden político impuesto por el neoliberalismo. Su decisión de someter a referéndum las condiciones de la Troika para el rescate de su economía y el triunfo del “no” tomaron a Europa con los dedos detrás de la puerta. La posibilidad de que se rechazara democráticamente el dogmatismo económico imperante no estaba en su libreto, y los líderes de la Unión Europea y del FMI quedaron desconcertados. Su reacción ambigua, mezcla de gruñidos y guiños, refleja su renuencia a sentar uno de dos malos precedentes: ni el de una rebelión popular exitosa que desate un efecto imitación cuestionador de las reglas del juego, ni el de un país pequeño pero simbólico y geopolíticamente relevante que deje la zona y abra brecha a otros euroescépticos.

Ya se ha discutido bastante en torno a la economía, -razones y sinrazones del diferendo- y yo no tengo suficientes elementos para pronunciarme al respecto. Creo, eso sí, que el sentido común da para señalar los excesos de ambos bandos y que en todo caso se puede criticar  el plan económico de Syriza pero no su estrategia política, audaz y riesgosa pero inteligente. Y no me cabe duda de que el mensaje que se está enviando es que ya no es posible sostener una democracia que impide escoger un cambio de modelo económico. Los partidarios del statu quo exigen que Grecia se rasque con sus propias uñas, que se le abandone a su suerte para que los demás países vean los estragos que sufrirían si osan desafiar el régimen neoliberal. Pero Angela Merkel parece inclinarse hacia una postura más cautelosa. Y es que dejar que los griegos caigan al precipicio también podría ser la chispa que encienda el pasto seco de otras naciones, que no olvidan que el origen de muchos de sus problemas no fue su irresponsabilidad sino la de los especuladores que hace siete años detonaron en Estados Unidos la gran recesión. Ojo: la causa de ese tsunami financiero fue en gran medida la ausencia de regulación estatal.

De por sí emproblemada, Europa no puede darse el lujo de impugnar un ejercicio democrático, y menos en la cuna misma de la democracia. La representatividad está en situación crítica y eso está poniendo en jaque a varios gobiernos. Mucha gente se da cuenta de que sus representantes responden más a intereses de un puñado de ricos y poderosos, y empieza a sublevarse contra la degeneración de un sistema puro a otro impuro similar a la que advirtieron dos célebres griegos, Aristóteles y Polibio, sólo que en reversa: de la democracia a la oligarquía. ¿Está dispuesta Alemania, en su papel de locomotora europea, a atizar la hoguera? ¿Avalaría Barack Obama que se empuje a Grecia a los brazos de Rusia, que quebrada o no puede entrar al quite? Pago por ver.

Grexit o no Grexit, Brexit o no Brexit, he ahí el dilema. No debemos perder de vista el desenlace de esta tragedia griega que podría preludiar un drama shakespeareano, o tal vez un venturoso viraje capaz de llevar al neoliberalismo a convertirse en una opción más -ya no la única- en el menú democrático. ¿Podrán los griegos doblar un poco al establishment global y abrir brecha al retorno de una democracia de amplio espectro como la de mediados del siglo pasado? Ojalá, pero se ve difícil.

Permítaseme concluir con un extrañamiento personal. No deja de sorprenderme que varios partidos socialdemócratas europeos vean con recelo y a veces con antipatía la brega de Tsipras y compañía. Más allá de discrepancias ideológicas, a ellos les conviene que la extrema izquierda avance, atemorice a la derecha y les permita así contrarrestar la derechización y correrse al centro.

Los espero en Twitter: soy @abasave

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