Paradójicamente, los founding fathers de la democracia estadounidense –ante modelo a imitar y hoy en declive- desconfiaban de ella: temían que decisiones viscerales e irracionales de la masa decidieran el rumbo de la república. Por ende, originalmente excluyeron de la facultad clave de la democracia –votar y ser votado- a las mujeres, los esclavos y los blancos que no eran propietarios. La democracia quedó en manos de un 10 o 15% de la población compuesto por blancos libres, acomodados y educados. Si dichos próceres pudieran ver las decisiones irracionales que se toman en la democracia liberal del siglo XXI, afirmarían que estaban en lo cierto y que el sistema no debió modificarse.

Claro ejemplo de irracionalidad fue el referéndum del BREXIT que, “frívola y oportunistamente”, David Cameron realizó en 2016. Contra lo que él y los confiados británicos que no votaron esperaban, un 52% favoreció la salida de la Unión Europea. Como la Cámara de los Comunes rechazó el difícil acuerdo negociado por la primera ministra Teresa May con Bruselas, la perspectiva es una separación abrupta de consecuencias desastrosas para todos, incluyendo a los causantes del divorcio. Una irracionalidad mayor fue la elección de Trump, cuya demencial actuación disruptiva pone al mundo de cabeza y perjudica los propios intereses de EU.

Está probado que Putin intervino en las elecciones que Trump ganó, pero, aunque todavía no se prueba si hubo colusión entre ambos, como todo lo que hace favorece la política del zar para dividir a occidente, la sospecha de una inverosímil traición es fundada. Sin mayor reflexión, los venezolanos eligieron al militar golpista Hugo Chávez, que instauró un socialismo retrogrado que arruinó al país y gestó la patética dictadura de Maduro. En un increíble contrasentido histórico, resurgió en Europa el fascismo que ya eligió a varios gobiernos de extrema derecha. Contra toda lógica política y económica, el visceral nacionalismo catalán insiste en separarse de España. Brasil da un irónico vuelco bipolar, pasando del socialista Lula al derechista Bolsonaro. A pesar de que las naciones industrializadas padecen un envejecimiento poblacional sin precedentes, satanizan la migración en forma similar al terrorismo. A sabiendas de que el cambio climático conduce al planeta y a la civilización al cataclismo, poco se hace para evitarlo. Sin mayor juicio crítico se aceptan las fake news, las postverdades y las alternative realities, etc., etc.

Esa irracionalidad tiene muchas causas, pero la fundamental es el hartazgo del ciudadano con los partidos y los políticos tradicionales, puesto que en lugar de crear en la posguerra fría un nuevo orden mundial más justo, equitativo y democrático, se dejaron seducir por las grandes corporaciones, los bancos, los mercaderes, el dinero fácil, la corrupción, los sobornos, el conflicto de intereses, etc., alejándose de la clase media y de los pobres. Prueba de su favoritismo elitista es que el 10% más rico concentra el 88% de los activos globales, el 1% tiene tanto dinero como el restante 99% (Credit Suisse), y ocho hombres poseen la misma cantidad de dinero que tiene la mitad más pobre -3,000 millones- del mundo (OXFAM). El que los millonarios nigerianos Falarin Alakija y Nazamin Jajorian gastaran seis millones de dólares en su boda, siendo que más de 800 millones de personas padecen hambre (ONU), patentiza la irracional injusticia de nuestra época.

El explicable resentimiento social contra un status quo inhumano que es aprovechado por oportunistas demagogos populistas, se encuentra en la raíz de las decisiones irracionales y antisistemicas de la época. La situación no cambiará en tanto no se modifique la perversa política económica que ha creado un mundo de pocos millonarios y millones de pobres.

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