La primera parte de este artículo concluyó destacando la disyuntiva entre mayor aislacionismo o activismo. En apoyo a lo primero, se argumenta que la actual problemática internacional es adversa para un gobierno de izquierda, ya que el difundido malestar antisistema se ha traducido en votos para regímenes de derecha. El caso más preocupante es el de nuestro principal socio, pues Trump y su ideología conservadora han revivido tensiones que se creían superadas. Aunque afortunadamente se renegoció el TLCAN, las relaciones quedaron muy dañadas, y no mejoraran en tanto el personaje continúe en la Casa Blanca. El panorama latinoamericano tampoco es alentador: entre la proliferación de regímenes de derecha y el desprestigio del socialismo del siglo XXI, el nuevo gobierno mexicano de izquierda moderada aparece como una rareza, que recuerda el aislamiento que vivimos en la Guerra Fría. En un contrasentido histórico, en Europa igualmente han surgido gobiernos derechistas, y aunque se renegoció el Acuerdo Global que rige nuestras relaciones con la Unión Europea, la incertidumbre por el Brexit y la crisis de la alianza con Washington, le dificulta profundizar vínculos con terceros países. A pesar que la interacción con Asia-Pacífico se ha dinamizado, no se ha delineado una estrategia precisa y de largo plazo, especialmente con la potencia China. Ya es nuestro segundo socio comercial, pero ello obedece a su propia estrategia, pues nosotros carecemos de alguna como lo demuestra el enorme déficit comercial que tenemos. Asia ofrece las mayores posibilidades para diversificarnos, pero la búsqueda de ese objetivo ha sido, hasta el momento, meramente retórica. Frente a esos desafiantes problemas y a otros muchos imposibles de reseñar en este espacio, solo hay dos opciones: retraerse para no enfrentarlos, o encararlos frontalmente.

Considerando que la política exterior estuvo ausente en la campaña electoral y en los debates de los candidatos, y que hasta el momento el presidente electo y su equipo no han formulado propuestas concretas ni realizado foros al respecto como en otros temas, se puede inferir que prevalece la primera opción. Esto parece refrendarlo la interpretación dogmática que se ha hecho del principio de no intervención, la intención de vender el avión presidencial, de desaparecer al Estado Mayor Presidencial responsable de la logística y seguridad foránea del Jefe de Estado, de reducir los sueldos del servicio exterior -el presupuesto de la SRE tan solo representa el 0.30 % del presupuesto federal (¿?)-, de finiquitar Promexico, etcétera.

Sin embargo y siendo realistas, retraimiento y aislamiento ya son imposibles, porque somos una de las economías más abiertas del mundo; la quinceava a nivel global; formamos partes del G 20 que congrega a las veinte principales economías del planeta; están en vigor 12 tratados de libre comercio con 46 países y 32 acuerdos para la promoción y protección de las inversiones; nuestro comercio exterior representa más de tres cuartas partes del PIB (77.57%); somos el segundo país con más migrantes después de la India; más de 12 millones de mexicanos viven en el exterior; en EU residen más de 33 millones de origen mexicano; los miles de venezolanos que hemos recibido y la crisis regional generada por Venezuela muestran que no podemos ser indiferentes ante el dictatorial gobierno de Maduro; la caravana de más de 7 mil centroamericanos que cruza el país evidencia que los problemas de otros países también son nuestros; etc. En síntesis: teniendo presente lo anterior y que la política exterior es una palanca de apoyo para el desarrollo económico y social y la reducción de la pobreza que son metas torales del próximo gobierno, lo que se necesita es más actividad externa y no menos. Los internacionalistas que votamos por el cambio, esperamos una mejor política exterior y no un retroceso de la misma.

Internacionalista, embajador y académico

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