Cartier es una marca muy poderosa en muchos frentes. Símbolo universal del lujo, su reinado en el ámbito de la joyería más exquisita continúa vigente, al tiempo que desde hace una década entró con fuerza en la alta relojería de producción propia, con guardatiempos mecánicos de gran calidad e inventiva que hacen justicia a una tradición que en el siglo XX engendró iconos de la talla del Santos y el Tank.

Como cabe suponer, no menos deslumbrantes son sus relojes joya. Cada año, en el Salón Internacional de la Alta Relojería (SIHH) de Ginebra, que en 2017 se realizará del 16 al 20 de enero, la casa parisina sorprende con —literalmente— decenas de nuevas creaciones.

Pero hay otro campo en el que Cartier está decidida a dejar huella a largo plazo, con una inversión de recursos económicos y humanos destacada. Son los relojes Métiers d'Art, es decir, aquellos que han sido decorados con oficios artesanales que sólo un puñado de personas domina y cuyo origen se remonta a siglos atrás.

Por supuesto, la elaboración de este tipo de piezas no es algo nuevo para ésta y otras marcas del sector. Muchas las hacen con resultados excelentes, ya sea de manera interna o mediante proveedores externos.

Sin embargo, entre 2013 y 2014, Cartier apostó por la revisión y el rescate de técnicas antiguas e inauguró su Maison Métiers d'Art en la región relojera suiza de La-Chaux-de-Fonds. Desde entonces, ha lanzado relojes de una belleza superlativa cuyas esferas, la mayoría con motivos animales, han sido decoradas con oficios como la granulación, la filigrana, el mosaico de piedras, el damasquinado o la marquetería floral, por mencionar algunos.

La acumulación de conocimiento le ha permitido, a la vez, experimentar y proponer innovaciones en este campo. Es el caso del Ronde Louis Cartier XL Flamed Gold Watch, una novedad de 2017 que será presentada en el SIHH.

A primera vista parece que la hermosa pantera de la carátula, el animal fetiche de Cartier, ha sido pintada, pero no es así. La firma ha potenciado la técnica mediante la cual el acero se torna azul al exponerlo al fuego y que se usa sobre todo en las manecillas.

En la esfera, hecha de oro de 18 quilates, se graba el patrón del felino y se expone a una flama a temperatura elevada para que adquiera un color azul parejo.

Hecho lo anterior, los artesanos raspan a mano las zonas que serán expuestas, cuantas veces sea necesario, a una flama a temperaturas más bajas para lograr tonos en una paleta que va del beige al café. En pocas palabras, pintan con fuego. El nivel de detalle y de textura es impresionante.

El proceso es lento y delicado, pues cada vez que la carátula es sometida al calor, se corre el riesgo de afectar los colores ya conseguidos.

La caja, de 42 milímetros de diámetro, está hecha en oro blanco y el bisel ha sido cubierto con diamantes talla baguette. Su mecanismo es el calibre 430 MC de carga manual. Es una edición limitada de 30 ejemplares.

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