Empecemos por aceptar que México es responsabilidad de todos. Ningún político con varita mágica solucionará los muchos retos que como país arrastramos hace años. La violencia, inseguridad, pobreza y desigualdad (y el largo etcétera de pendientes), no terminarán por decreto.

Comencemos también por reconocer que existen muchas, quizás cientos de asociaciones, mal llamadas “organizaciones de la sociedad civil”, que se crearon para triangular recursos públicos, que no vivirían si la corrupción no las hubiera alimentado. Hablamos de grupos creados con un interés económico particular, que no cumplen con las mínimas reglas de transparencia y rendición de cuentas.

Pero tomemos como punto de partida que, por fortuna, son muchas más las que tienen una labor comprometida, pública y fiscalizable. Organizaciones que, en ocasiones, suplen responsabilidades de los distintos niveles de gobierno, que con poco hacen mucho. Instituciones en las que miles de hombres y mujeres, más con vocación que con recursos, contribuyen a generar mejores condiciones sin fines de lucro.

Las organizaciones no gubernamentales existen para coadyuvar. No son enemigas del gobierno, pueden, por el contrario, ser aliadas de causas, políticas y transformaciones. Trascienden gobiernos y a quienes los integran. No toman decisiones con reloj electoral y son ajenas a la grilla política.

Hace unos días, el presidente López Obrador señaló que no habrá “recursos para organizaciones ni fundaciones” porque “ya no habrá intermediarios”. Quizá piense que todas las organizaciones estiran la mano, viven del gobierno y se aprovechan de él. También la semana pasada, el 14 de febrero, envió una carta a todas las dependencias para notificar que su administración no trasferirá recursos a ninguna organización social “con el propósito de terminar en definitiva con la intermediación que ha originado discrecionalidad, opacidad y corrupción”.

La instrucción pareciera obviar el trabajo con poblaciones vulneradas, el compromiso con la transparencia y rendición de cuentas de la mayoría, y la importancia que, en democracia, tiene construir políticas públicas de la mano de la ciudadanía, y no solo desde la verticalidad del gobierno.

Probablemente en el equipo presidencial olvidaron que, por ejemplo, de no ser por el contrapeso de la sociedad civil, la lucha anticorrupción, las investigaciones que desnudaron excesos desde el poder y el activismo para fortalecer instituciones autónomas, el camino de AMLO a la Presidencia, no hubiera lucido tan pavimentado. Sí, la tenacidad del presidente es admirable, pero, para él, también debería serlo la perseverancia de organizaciones que, ignoradas desde el poder, se han abierto espacios, contribuyen a la democratización del país y a visibilizar causas que no han ocupado el reflector de la clase política.

Un gran número de organizaciones son serias, y transparentan sus ingresos y egresos. Acompañan agendas y generan un impacto positivo. El trabajo de cada una habla por sí solo. Quiero aprovechar estas líneas para compartir parte de lo que hacemos desde Reinserta, sin recibir un solo peso de dinero público. Es un botón de muestra de lo que hacen cientos de organizaciones y colectivos, con quienes trabajamos de la mano.

Creamos el primer modelo de intervención en materia de reinserción social para adolescentes en conflicto con la ley con delitos graves, y operamos la única casa de medio camino en el país para jóvenes en proceso de reinserción (con un índice de no reincidencia del 95%). Evaluamos los factores de riesgo en los adolescentes, dadas las cifras elevadas de esta problemática. Creamos un modelo que visibilizó a niñas y niños que nacen en prisión, para quienes no solo no existía una legislación que los reconociera, sino que no tenían una partida presupuestal para cubrir sus necesidades de primera infancia.

Insisto, sin financiamiento del gobierno federal. Al contrario, topándonos no pocas veces con la pared gubernamental. Hemos encontrado apoyo de nuestros proyectos en convocatorias de gobiernos de otros países, y en la iniciativa privada nacional y extranjera que está convencida de que lo que suceda dentro de las cárceles, lo que ocurre con nuestros adolescentes y lo que pasa a niños y niñas que nacieron tras las rejas, importa.

En Brasil hay más de 200 mil organizaciones; en Colombia, más 150 mil; unas 300 mil en Rusia; y millón y medio en EU. En México no llegamos a 40 mil y se les quiere arrinconar y extinguir.

Se necesitan mejores gobiernos, legisladores y jueces, pero también se requieren mejores ciudadanos. Más ciudadanía y mejor organizada. Las políticas públicas no pueden recaer solo en una persona o poder. Los contrapesos son sanos, sí, pero, sobre todo, los esfuerzos conjuntos son más necesarios que nunca.

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