El muy sabio señor Freud nos enseñó que si te enredas en las provocaciones del otro, aunque sea para negarlas, desmentirlas o incluso para decir que no te interesan, ya estás aceptando entrar en su juego. Una vez que respondes, ya estás adentro.

Eso es lo que nos pasa con el señor Trump. Parecería que cada vez que se le sube la bilirrubina o se le baja el azúcar, tiene sus “arranques matinales”, como les llama el periodista Jan Martínez Ahrens, y se va contra México.

Pero no es así. Por el contrario, es una estrategia bien pensada, porque como dice la teoría clásica: “Todo mundo necesita un enemigo para sentirse vivo e importante”. Y Trump es ejemplar en esto, siempre está “en busca de un enemigo” como afirma el analista Benjamin Wallace.

México sirve muy bien a esos efectos porque no tenemos modo de defendernos (como Corea con su amenaza nuclear) ni le servimos aparentemente para nada (como China con su poder enorme).

Entonces allí está: cuando no le salen sus acuerdos con los partidos, sus asuntos con su gabinete y colaboradores, regresa a machacar sus mismas palabras: vamos a levantar un muro a lo largo de la frontera con México, México va a pagar ese muro, México es el país más peligroso del mundo. Usar al débil como chivo expiatorio es lo que siempre se ha hecho en la historia.

Y nosotros caemos redonditos en el juego. Apenas el señor habla, inmediatamente nuestros funcionarios responden y con enorme seriedad discursean sobre nuestra soberanía y dignidad.

Y sin embargo, por alguna extraña razón, Andrés Manuel López Obrador dice que el gobierno mexicano nunca contesta y que cuando él sea presidente siempre le dará respuesta a Trump. Y es más, dice que le va a exigir (y a todos los regímenes extranjeros) que nos respete, que no se meta en la vida interna de nuestro país y que no nos agarre de escarnio.

¿Cómo va a hacer esa exigencia (que por cierto es la misma que ha hecho reiteradas veces el gobierno mexicano)? ¿Por qué supone que a él sí le va a hacer caso? Eso no lo explica el candidato. Porque simple y sencillamente, no es posible hacerlo.

Me parece que si bien el gobierno mexicano tiene razón en responder del modo como lo hace, siguiendo de manera correcta los usos en las relaciones internacionales, sucede que, como diría el gobernador de Veracruz, aquí estamos frente a un loco y por lo tanto, las reglas del juego deben ser otras. Responderle ni nos da ni nos quita soberanía ni dignidad, ni afirma ni desmiente nada sobre nosotros. Sabemos que diga lo que diga el susodicho personaje no vamos a pagar su muro y diga lo que diga sí somos un país con mucha violencia, lo cual lo convierte en peligroso. Eso nadie lo puede negar.

Lo importante es entender que el muro o los dreamers o las descalificaciones de Trump no son nuestra batalla. Nuestras batallas son los mexicanos ilegales que viven allá, los acuerdos comerciales, las armas y las drogas.

Que peleen lo del muro quienes tienen que pelearlo: los propios ciudadanos de ese país, los que eligieron a ese presidente y los que no lo soportan, los republicanos y los demócratas, los conservadores y los liberales. Porque es de ellos el problema de las drogas, de los ilegales, del miedo al terrorismo.

¡Así que dejemos ir y venir los tuits, los insultos y las amenazas, el “poner condiciones” y las explosiones de palabras!

Porque aunque el silencio tenga mala prensa (parecería debilidad) en realidad es lo contrario (ya lo demostró Gandhi). Hay que dejar hablando solo al que dice tonterías, al que regresa a machacar con la misma obsesión de algo que no ha conseguido y que había prometido, y dejar de ayudarle a que le reditúe generando ruido, algo que por cierto, le gusta mucho. No sigamos en este juego, dejémoslo jugarlo solo, dejémoslo con las palabras mágicas: “No way”, como se dice en inglés, pero pronunciadas en español.

Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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