La semana pasada hablé en este espacio de los “valores” y me pregunté si realmente había algunos que se pudieran considerar universales para todos los que habitamos este país.

La situación de la migración masiva de centroamericanos que se está produciendo hoy sirve como ejemplo de que no los hay.

Hay quienes consideran que “México está obligado a brindar protección a personas desplazadas centroamericanas” y así lo han hecho saber en distintos comunicados firmados por organizaciones, grupos y personas que le exigen tanto al gobierno mexicano como a la sociedad que atienda esto, que se solidarice con ellos y los acompañe en su difícil periplo. Escribe Cecilia Soto: “Recibir a nuestros hermanos centroamericanos, facilitar escuelas temporales, instalar comedores, recibir a voluntarios expertos para adelantar trámites para el asilo político”.

Pero están también quienes consideran que estos extranjeros le hacen daño a México. Una lectora dice que La Paz, en Baja California Sur, se ha convertido “en un lugar horriblemente violento. Pero no por los oriundos del lugar sino por personas de todo el país y cantidad de centroamericanos, en especial guatemaltecos”. Y asegura que “antes de la invasión no existía en el estado la violencia”.

Otro lector escribe algo parecido respecto a Yucatán: “Desgraciadamente en los últimos años han llegado miles de personas que trayendo sus malas costumbres se han asentado a vivir. Yucatán siempre ha sido un estado de buenas costumbres y calidad moral, ahora estamos llenos de gente que no comparte este modo saludable de convivir… además de traer la insalubridad con la que están acostumbrados”. Y concluye: “Ya somos demasiados en Yucatán, lamentablemente no yucatecos.”

Dos lectores me dicen, por separado, que les da miedo que los migrantes no se irán a Estados Unidos, sino que se van a quedar acá. Su miedo, sin embargo, no es por lo mismo. Para uno, es porque considera que el apoyo y el trabajo se les debe dar a los mexicanos y no a los extranjeros, mientras que para el otro, es porque teme que serán víctimas de secuestros, trata y explotación, porque en México, “cada vez más habitantes están dispuestos a convertir a otros en material de desecho”.

México se fundó sobre la idea de “no consentir en nuestro territorio a ningún extranjero”, y para mediados del siglo XIX, como escribió Bulnes, “el odio al extranjero alcanzaba proporciones próximas al canibalismo”. En el siglo XX hubo fuertes olas migratorias a las que se recibió, pero también se expidió una ley que pretendía impedir a los sirios, libaneses, armenios, hindús, turcos, palestinos y árabes que se mezclaran con los nacionales porque “producen degeneración en sus descendientes”, y a los chinos de plano impedirles la entrada por considerarlos “hombres de instintos salvajes”, “raza indolente y perezosa”, “ruin y abyecta”, “con lacras físicas y costumbres repugnantes”. En los años setenta se recibió a quienes venían del sur del continente huyendo de la represión, pero se les llamó “subamericanos” y a los centroamericanos se les deportó casi en su totalidad, algo de lo que se sabe poco, pues como ha dicho el escritor Emiliano Monge, esa migración nos es completamente invisible y aunque son miles los que llegan y miles los desaparecidos, ni siquiera nos damos por enterados. Son, como dice Óscar Martínez, “los migrantes que no importan”.

Y sin embargo, esto parece estar cambiando. Una encuesta reciente muestra que más de 80% de los mexicanos sí está enterado de esta situación y más de 50% piensa que se les debe dejar pasar e incluso apoyar.

Es un cambio importante, pues hace apenas una década, en las encuestas, casi 80% de la población se negaba a tener nada que ver con los diferentes y no estaba enterada de lo que sucedía con los migrantes de la frontera sur.

Aún así, todavía es una buena mitad de la población que no comparte los mismos valores.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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