Andrés Manuel López Obrador ha dado en anunciar a quienes dice que “seguro” van a votar por él. Y no se refiere ni a las huestes de Napoleón Gómez Urrutia, ni a los seguidores de Elba Esther Gordillo, ni tampoco a los dos millones de militantes que dice que tiene su partido Morena, sino que se refiere a “los soldados y marinos (que) en su mayoría van a votar por mí”; “Estoy recibiendo el apoyo de todos los maestros, de todas las organizaciones, me están apoyando de la CNTE y del SNTE, de los movimientos magisteriales independientes”; “Los jóvenes van a votar por mí porque les vamos a dar a todos la oportunidad de estudiar y trabajar”. Y concluye: “30 millones de mexicanos van a votar por nosotros”.

¿Será? Como puede que sí, puede que no.

Porque la realidad es que no hay forma de saberlo. Y eso por dos razones: una, porque la gente muchas veces miente en las encuestas o cambia de opinión en el último momento o se abstiene. Y dos, porque nadie puede saber por quién van a votar todos los maestros, todos los soldados, todos los marinos, todos los jóvenes. Cada una de esas categorías es muy amplia y no hay forma de preguntarle a todos y cada uno lo que van a hacer.

Eso quiere decir que, para hacer esas afirmaciones, Andrés Manuel o su equipo hablaron con algunos soldados, maestros, jóvenes, quienes tal vez les dijeron que votarían por él, pero eso ni significa que vaya a ser cierto a la hora de la hora, y mucho menos significa que esa respuesta de algunos sea la misma que van a tener todos los que forman esos grupos.

La verdad es que, error de nuestras ciencias sociales, conocemos muy poco lo que son y lo que piensan, aunque muchos hablen de ellos como si lo supieran y hasta se arroguen el derecho de considerar que actúan en su nombre, en nombre del pueblo, de la sociedad, de los estudiantes, de las mujeres, de los trabajadores, o de cualquier otro “nosotros” que les guste o acomode o convenga.

De hecho por eso, en nuestro país nadie sabe qué va a pasar hasta que pasa. Nadie sabe cómo van a reaccionar los ciudadanos cuando sube el precio de la gasolina o cuando se descubre un acto de corrupción o cuando se hace alguna ley o reforma. Y por supuesto, lo mismo vale para las elecciones: hasta el 2 de julio sabremos por quién votaron los ciudadanos, y quién sabe hasta cuándo, si es que alguna vez, el detalle de por quién votaron los soldados, los maestros, las amas de casa, los jóvenes, etcétera, los que voten de ellos, que no serán todos, tal vez ni siquiera muchos.

Pero lo importante es que, al decir esas cosas como si de veras las supiera, el candidato quiere convencernos de que tiene el apoyo de grandes grupos sociales y que, por lo tanto, es un hecho que va a ganar.

Este es el modo del discurso: dar por hecho lo que quiere que los demás demos por hecho. Cuando el candidato dice: “Yo voy a encabezar el cuarto cambio importante en la historia de México”, y mi gobierno echa para atrás las reformas energética y educativa y el aeropuerto, cambia las estrategias económica y de seguridad, termina con las instituciones que no me parecen confiables, hace consultas para tomar decisiones, habla como si ya fuera presidente.

Este es un ejemplo perfecto de lo que el sociólogo Thomas Merton decía: cuando se hace correr un rumor sobre algo, es precisamente para pretender que se convierta en realidad, porque el propio rumor ayuda a eso.

Y de que eso está sucediendo, basta con ver cómo tantos se lo han creído y ya le responden en esos mismos términos como si ya hubiera ganado: usted no puede hacer esto, usted no puede deshacer aquello, esta es una ley, esto le corresponde al Congreso, etc.

Y es que como dijo el creador de noticias falsas Paul Horner, únicamente se puede “informar” de aquello que las personas quieren creer. Y es evidente que este tipo de “informaciones” caen en esa categoría.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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