Los hechos de violencia en la Universidad Nacional evidencian una realidad: nadie se salva de este flagelo porque la institución no está aislada y porque quienes la conforman son los mismos seres humanos que forman la sociedad mexicana, con sus virtudes y defectos.

Pero lo importante ahora es ver cómo se va a enfrentar este problema, porque ni se le puede dejar sin atender ni se puede recurrir a métodos que empeoren las cosas.

El rector Graue, luego de reconocer el problema, dijo lo que ya se ha hecho (“Aislamos los espacios en que los narcomenudistas se habían asentado; iluminamos zonas, cambiamos y multiplicamos luminarias; ampliamos vigilancia y sistemas de seguimiento, y estrechamos la colaboración con las autoridades competentes de la Ciudad de México”) y también lo que va a hacer: negarse a recurrir a la vigilancia armada y solicitar la participación a la propia comunidad universitaria en la solución.

Hace algunos años publiqué un libro que se llama ¡Atrévete! Propuesta hereje contra la violencia en México, en el que afirmé que solamente se podrá resolver el problema de la violencia en nuestro país si se apela a la cooperación de la sociedad. Sin quitarle al Estado la obligación de cumplir con sus responsabilidades (algo en lo que ha fallado y que es una de las causas del problema), es necesario que los ciudadanos intervengan, ir de abajo para arriba, de los individuos y las familias a las redes de parentesco, vecinales y comunitarias.

En mi propuesta, es a las mujeres, en particular a las madres, a quienes les asigno esa tarea, por el lugar que ocupan como centro simbólico y afectivo. Lo primero que tienen que hacer es reconocer lo que está sucediendo y no hacer como que no ven ni oyen y, después, hablar con sus hijos, padres, hermanos o esposos para disuadirlos de seguir por el camino de la violencia (no de la delincuencia, pues ella les beneficia demasiado como para querer evitarla).

Pues bien, la propuesta del rector Graue va en el mismo sentido: le ha pedido a los universitarios que se “alejen de aquellos que distribuyen sustancias nocivas para su salud, que entiendan que no son sus amigos y que representan relaciones de peligro e inseguridad”.

Es decir, ha elegido la vía de la movilización de la conciencia individual, como le llama Mark Kleiman, la cual, como señaló Alain Touraine, “apela a nuestra propia consciencia como sujetos conscientes de sí mismos y de su entorno social”, y que, como dice Fermín Bouza Álvarez, “conseguirá que cada una de las acciones individuales se vincule a otras hasta formar una vasta red de acciones, que aunque parezcan menores, podrán sin duda contribuir a mejorar la situación”.

Seguro habrá quien le diga al rector que este camino no sirve, pero allí está la historia de la humanidad y nuestra historia reciente para mostrar que la violencia no ha sido jamás la solución y que la intervención ciudadana sí.

Lo importante ahora es echar a andar la propuesta. Y esto no es sencillo. Porque mientras el rector pide a los universitarios que denuncien, cuando alguno se atreve, nadie le hace caso. Hace unos días vimos en la televisión a un estudiante de Derecho denunciar a quienes venden y consumen drogas y alcohol en el campus y pretender que los vigilantes le ayudaran, pero no hicieron nada, con todo y las amenazas que un sujeto profirió contra el joven.

Y es que la vigilancia en la UNAM no funciona, ya que los vigilantes no disponen de forma alguna de actuar y además tienen miedo. Entonces si vigilancia armada no es la solución, vigilancia sin ningún elemento tampoco. Hay que consultar a expertos y revisar experiencias exitosas en otros países.

Por lo pronto la propuesta está en la persuasión, en “la palabra como una forma de la acción”, según dijo Hannah Arendt. Éste es, como ha dicho el rector, “el camino que nos hemos trazado” y es, sin duda alguna, “el correcto”.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses