Los tratados de libre comercio en su origen sólo se justificaron en la teoría para países de grado similar de desarrollo. Jacques Drèze, quien renovó la teoría económica en Europa de la postguerra, formalizó el modelo en su famoso artículo de 1961 sobre las exportaciones belgas a sus vecinos de Benelux. El libre comercio entre países de nivel de ingreso similar impulsó a las pequeñas empresas, aun exportando bienes del mismo sector, porque se especializaron y aumentaron la escala de su producción. Los miembros de Benelux progresaron en paralelo y llegaron a una unión económica con libre tránsito de personas.

El TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) no tuvo el mismo fin, pues México no convergió hacia un mayor nivel de desarrollo y salarios. Sidney Weintraub, en el libro Assessing NAFTA (Evaluando NAFTA), de 1993, mencionó que el aspecto “más contencioso” del tratado no era lo que estaba en el mismo, sino el hecho de que Estados Unidos lo firmaba con un país cuyos salarios eran mucho menores, 14% del nivel estadounidense en 1991.

La promesa mexicana en el TLCAN se apoyaba en muchas estimaciones econométricas y de modelos de equilibrio general de la época. Predecían el incremento del bienestar en México entre 4 y 7 puntos porcentuales del PIB. Su aprobación por el Congreso estadounidense en 1993 sólo fue posible por el ambiente de optimismo con la internacionalización económica mundial, después de la caída del muro de Berlín.

Las predicciones no se cumplieron, en gran medida por numerosas fallas en la política macroeconómica mexicana y ausencia de medidas para impulsar la industria, el vehículo natural para converger hacia niveles más altos de desarrollo y salarios.

Las advertencias sobre esta falla han abundado. Una reciente y de gran simbolismo está en el libro de Daron Acemoglu y James Robinson del Instituto Tecnológico de Massachusetts y Universidad de Harvard respectivamente, Why Nations Fail (Porqué las Naciones Fallan), de 2012. El puro hecho de que este libro inicia con el contraste abismal entre Nogales, Sonora y Nogales, Arizona, muestra el desencanto con la promesa del desarrollo mexicano.

En un ambiente mundial, como hoy, de retracción selectiva en muchos países a la globalización, será difícil sostener el libre comercio entre México y Estados Unidos con el actual diferencial de salarios, menos aun con esa frontera de más de 3 mil kilómetros.

Aparte del presidente Donald Trump, a su manera, el primer ministro canadiense ya remarcó la preocupación de ese país con el nivel salarial de México y a la vez su interés en seguir negociando con Estados Unidos, a pesar de sus propuestas recientes, hasta hace poco “inaceptables”.

México tiene un problema y es mayúsculo. Aun si se mantiene el tratado, la amenaza de terminarlo debe considerarse permanente. Aunque el comercio exterior no sufra mucho por el aumento de tarifas, habrá un impacto negativo en el clima de negocios e inversión.

Entre otros, como los activos mexicanos no valen igual con TLCAN que sin TLCAN, el mercado hará un ajuste de precio, lo más probable vía el tipo de cambio de pesos por dólar. Pero lo más importante es que México debería de nuevo comenzar por el principio y garantizar: la seguridad, el Estado de Derecho, la certidumbre a la inversión y el crecimiento.

Esta agenda no debería ser difícil de reafirmar, pero podría ser difícil que resulte convincente con los antecedentes que hay. Aun así, el gobierno debería esforzarse más por mantener el tratado y, a partir de una actitud realista, recomenzar con lo básico.

Analista económico. rograo@gmail.com

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