El nuevo gobierno ha dicho que “por el bien de todos, primero los pobres”. Y ha anunciado más becas, pensión para adultos mayores, apoyos a personas con discapacidad, acceso a salud sin costo y varias medidas más. Pero no ha dicho qué pasará con Prospera.

La definición es relevante. Prospera es el principal programa social del país. Entrega transferencias en efectivo al 20% de la población. Son los hogares más pobres. Es uno de los pocos instrumentos redistributivos. Ejerce un presupuesto de más de 80 mil millones de pesos anuales.

Con esos recursos apoya a más de 6 millones de estudiantes con becas. Y también transfiere incentivos para la atención en salud de mujeres embarazadas y para 1.5 millones de niños menores de 5 años, etapa que es clave para su futuro desarrollo.

Prospera, desde su origen, es un programa con alta carga polémica. Se le ubica “en paquete” con el conjunto de los programas sociales y se generaliza la descalificación por no “bajar la pobreza”. Se dice además que es asistencialista o neoliberal. En el fondo se conoce poco.

Fue creado en 1997, como Programa de Educación, Salud y Alimentación (Progresa). Se convirtió en el Programa de Desarrollo Humano Oportunidades, en 2002. Y en este sexenio volvió a cambiar de nombre a “Prospera Programa de Inclusión Social”. En un libro que prepara Coneval por eso se le denomina “POP” (Progresa / Oportunidades / Prospera).

El POP es un programa que rompió paradigmas. Es modelo a nivel internacional. Entre los rasgos clave que lo distinguen respecto al resto de los programas destacan: 1) Selección objetiva de hogares beneficiarios de acuerdo a su condición socioeconómica. 2) Entrega de transferencias a las mujeres sin intermediación de políticos o servidores públicos. 3) Coordinación interinstitucional para proveer servicios educativos y de salud a los hogares más pobres. 4) Evaluación científica, con metodologías rigurosas a cargo de entidades académicas independientes.

La evaluación ha sido el factor clave de la continuidad del POP. Y lo convierte en un programa muy reconocido. Es un ejemplo mundial que se replica en alrededor de 40 países. Cada año casi una docena de delegaciones internacionales visitan Prospera para conocer su funcionamiento.

La evidencia de las evaluaciones muestra que el POP logra al menos dos cosas que son indispensables frente a la pobreza: a) Nutrición y cuidado de la salud durante la primera infancia. b) Avance escolar de adolescentes y jóvenes para que concluyan su ciclo educativo, al menos hasta terminar la media superior. Ambas son acciones esenciales para evitar la herencia de la pobreza. Y combinan bien con varias medidas anunciadas por el nuevo gobierno.

El POP requiere cambios. El nuevo gobierno tiene la oportunidad de mejorarlo mucho. Por ejemplo, integrarlo como parte de un sistema de protección e inclusión social. Convertirlo en palanca para el ejercicio efectivo del derecho a la salud y a la educación de quienes viven con más carencias y exclusión. Transformar políticas económicas para mejorar los ingresos de los más pobres y lograr inclusión económica de jóvenes, sobretodo de zonas rurales y comunidades indígenas.

Se podría también rescatar la capacidad instalada de la Coordinación Nacional. Puede ser la “maquinaria” en campo para realizar censos para construir un padrón confiable y para garantizar la entrega de transferencias a tiempo.

Hay que arreglar el POP, no desmantelarlo. Separar las becas del componente de salud y encauzar las transferencias, sin corresponsabilidades, a estos u otros hogares, sería un grave error. No hay sustento que justifique la separación y sí lo hay para mantener la intervención coordinada.

Además —como me explicó el senador Ricardo Monreal cuando lo conocí, siendo él gobernador de Zacatecas y yo coordinador nacional de Oportunidades— el POP es un factor de gobernabilidad indispensable.

Antes de decidir, es recomendable conocerlo bien.


Consultor internacional en programas
sociales. @rghermosillo

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