Ya nos hacía falta una buena nueva. No sólo a los empresarios, sino al país completito y, por supuesto, que a la Cuarta Transformación. Así, sin comillas.

Y es que los encuentros y enfrentamientos abiertos y encubiertos no han parado desde diciembre del 2018 que, con la cancelación del NAICM en Texcoco, marcó indeleblemente al gobierno lopezobradorista y dinamitó los puentes con la iniciativa privada mexicana.

Apenas antier dos eventos podrían representar, si no aquella hipotética luna de miel de la transición, por lo menos el acuerdo de un matrimonio por conveniencia: más vale una colorada que diez descoloridas o —siguiendo con el lenguaje cristiano— una de cal, por las que van de arena; aunque el pomposo nombre oficial sea Consejo para el Fomento de la Inversión, el Empleo y el Crecimiento Económico. Que espero escape al maleficio aquel de Voltaire: “Quieres dar la impresión de que algo te importa, aunque no sea así, pues forma un Comité”. Deseamos sinceramente que no sea el caso y que el nuevo organismo —del que no se han detallado ni funciones ni atribuciones— tenga por lo pronto todo el empuje del polémico empresario Alfonso Romo, quien lleva años apoyando desde su trinchera de la derecha el proyecto izquierdista de Andrés Manuel López Obrador, aunque recientemente con muy mala fortuna. Hasta ayer, en que la mano divina lo ungió ahora como “Poncho” para —en un acto de auténtica taumaturgia política— reinventarlo ante aquellos que lo vilipendiaron y ningunearon por la frase del incumplimiento: “No se angustien, el aeropuerto va con absoluta seguridad”.

Así que, como en aquel formato clásico de la literatura y el cine, Romo está viviendo su propia historia de una “segunda oportunidad”. Pero ojo, no es un juego individual ni un asunto menor. Si el Consejo no funciona, no será solo el fracaso de Poncho Romo, sino el de un capítulo sustancial de la Cuarta Transformación y el empresariado que podrían tener un divorcio estruendoso, con los platos volando y los mexicanos agachados esquivando los proyectiles. Así que urge que se pongan a trabajar unos y otros en desarrollos viables y tangibles.

Por lo pronto, el gobierno amloista ha insistido en sus obsesiones: el Tren Maya; la refinería de Dos Bocas; el Istmo de Tehuantepec y las inversiones en Pemex y CFE. Lo alentador es que antier mismo López Obrador se reunió con los 60 empresarios más picudos de este país —el 1 % que maneja el 50 %—, quienes renovaron su dirigencia en el Consejo Mexicano de Negocios. En una risueña comida se comprometieron a trabajar codo a codo con el presidente para pasar del insuficiente 2 al 4 % de crecimiento económico, tan anhelado como el quinto partido en el Mundial.

Yo creo que el primer campeonato de esos encuentros sería que los machuchones —diría el clásico— pusieran su lana en la mesa y le compraran el aeropuerto de Texcoco hasta con una utilidad que dejase a Santa Lucía donde está, en una entelequia. ¿A poco no sería una gran noticia?

APÉNDICE: Citando al filósofo Juanga: “pero qué necesidad” la ocurrencia de las estancias infantiles. Cuyo ahorro no significa nada, absolutamente nada si nos atenemos al ínclito inge Jiménez Espriú: “No es verdad que se perderá tanto en Texcoco; tal vez 80 mil millones, cuando mucho 100 mil”. ¿No será que también dentro de su gobierno, Andrés Manuel tiene una mafia de saboteadores?



Periodista. ddn_rocha@hotmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses