La proliferación de la mentira se ha convertido en estrategia machacona del partido en el gobierno, tanto para ocultar la gravísima condición económica y social del país, como para exorcizar la crisis de la deuda que podría estallar en pleno proceso electoral. No dudan en manchar el prestigio de sus propios funcionarios, como en el mito de Saturno que devoraba a sus hijos para sobrevivir. Pareciera el tributo exigido al “tapado” para ganar el concurso de falsedades e incoherencias. Es el caso del secretario de Hacienda, José Antonio Meade, neoliberal clásico y estandarte del PRIAN, a quien se consideraba un hombre público consistente y eficaz. Dan pena ajena los extremos a que ha llegado.

Durante su participación en la Cumbre de Negocios dijo estar “convencido de que damos un paso atrás si hubiera la elección de un populista”. No especifica desde luego lo que sería un paso adelante, ni menos define el precipicio hacia donde nos quisiera llevar. Admite que México ha caído durante tres decenios a una tasa de crecimiento de 2.3%, mientras que el organizador del evento reconoce que en ese tiempo llegamos a crecer hasta el 6.7%. Como dijera el ideólogo del partido con el que “simpatiza”, Jesús Reyes Heroles: “no todo lo viejo es malo, ni todo lo nuevo es bueno”.

Ignora que hay diversas expresiones del populismo, reconocido como un sistema de poder con amplia participación de las masas, en ausencia de sólidas y confiables instituciones políticas. El peor populismo es de derecha, que nació en la Rusia de los zares y creímos haber derrotado en el Segunda Guerra Mundial. Hoy parece renacer en los movimientos ultranacionalistas de Europa y Estados Unidos. Soslaya Meade el populismo revolucionario del general Lázaro Cárdenas y de otros líderes que pacificaron a sus países, modificaron el régimen de propiedad y reivindicaron los recursos naturales. Paul Krugman y Joseph Stiglitz hablan del “populist backlash” de izquierda que significaría “el regreso de las políticas de igualdad”.

Dice el aspirante: “Si oímos a alguien que nos dice que conviene que fijemos salarios por decreto y que quiere regresar a que sea el Estado el que maneje el desarrollo económico del país; si vemos a alguien que suene con políticas norcoreanas o venezolanas. ¡Hay que verlas con atención!”, la alocución no podría ser más pedestre en la forma y en el fondo. Oculta que lo ocurrido hace tiempo en México es la pobreza por decreto, ya que la Comisión Nacional de Salarios Mínimos —léase el Banco de México— ha decidido inconstitucionalmente derrumbar los salarios. Si escuchó a Justin Trudeau sobre el aumento sustantivo de los salarios en México como condición para la renegociación del TLCAN o si está informado en torno las iniciativas y logros del doctor Mancera para elevar la remuneración al trabajo, debería incluirlos en su lista de peligrosos populistas.

Su condena a diversos regímenes políticos es anti-histórica y mentirosa. Alemania del Este hace mucho que no existe y fue fruto de la partición del mundo en la Guerra Fría; los regímenes de Venezuela y Corea del Norte provienen de revoluciones militares que no se han producido en México desde hace 100 años. Cabría preguntarse ¿si detesta a esos gobiernos, por qué no lo dijo cuando era canciller y propuso la ruptura de relaciones diplomáticas? Es la trampa del “petate del muerto”, indigna de un hombre de Estado, que pretende emular el grotesco discurso de Ochoa Reza. Otro tributo que quizá no le valga ni un reintegro.

Respecto de su condena a la intervención del Estado en los procesos productivos olvida que la economía política es, desde Adam Smith, un principio básico de la modernidad. Lo definitorio es cómo y para qué interviene el Estado. Ellos lo han hecho para desnacionalizar y desangrar al país. A falta de programas, insultos al aire que el viento se lleva. En ausencia de ideas, degradación intelectual. Epítome de la decadencia del régimen: la conversión de funcionarios en merolicos.

Comisionado para la reforma
política de la Ciudad de México

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