El ilustre comiteco Belisario Domínguez escribió que es deber insoslayable “vigilar de cerca todos los actos públicos de nuestros gobernantes; criticar siempre que obren mal, pero también elogiarlos cuando hagan bien”. Su convicción lo llevó a enfrentarse heroicamente contra Victoriano Huerta, golpista y caudillo de la peor dictadura que ha sufrido México. En tiempos distintos, pero dominados también por el autoritarismo y la violencia; muy cerca de otro gran descarrilamiento nacional, se discute quién debe recibir la medalla que honra la memoria del ejemplar senador. Hay consenso en que debe ser una mujer. Quien mejor que Ifigenia Martínez, cuya vida ha dedicado a la reflexión conjunta y a la acción coordinada para rescatar la República de la desigualdad e instaurar una democracia perdurable. Por el conjunto de su obra pública, así como por su inquebrantable congruencia, es hoy la mujer más destacada del país.

Formada en una familia eminentemente nacionalista, comunista y feminista, al amparo de las instituciones educativas emanadas de la Revolución, fue una de las pocas que cursaban estudios superiores —mucho antes de la acción afirmativa— que impulsaron la igualdad de género a través de la oportunidad, el estudio y el mérito. Debate en que destacó cuando establecimos por primera vez porcentajes de equidad entre los géneros (PRD-1994). Preludio de la igualdad sustantiva.

En Harvard fue la primera graduada mexicana. Laboró con Raúl Prébisch en el Banco de México y se sumó con luz propia a la teoría latinoamericana del desarrollo. Publicó en 1960 La distribución del ingreso en México, obra precursora y vigente. Trabajó a lado de Nicolás Kaldor en un proyecto de reforma fiscal, que después de medio siglo no hemos podido concretar. Primera directora de la Escuela de Economía defendió en 1968 con inusitado coraje la autonomía de la institución y la vida de los estudiantes. Recordamos todavía cuando el ejército ocupó la Ciudad Universitaria. Al anochecer las luces de su oficina continuaban encendidas. ¿Qué hace usted ahí? la increpó el jefe castrense, “yo estoy en mi lugar, ustedes no”, respondió erguida la maestra.

Ocho años más tarde se incorporó al parlamentarismo como diputada federal en la 50 legislatura, donde encabezó una nutrida ala izquierda, que llega a votar en contra de iniciativas del Ejecutivo, con la consecuente reacción de los timoratos. López Portillo me preguntó alguna vez: ¿Por qué le tienen tanto temor a Ifigenia?, le contesté “por su independencia, pero igualmente la respetan”. Durante su desempeño como embajadora de Asuntos Económicos en Naciones Unidas presidía las sesiones y conducía las negociaciones con autoridad y elegancia. Logró la aprobación del último Programa Mundial de Desarrollo para la década de los ochenta y dejó planteada reforma del Sistema Financiero y Monetario Internacional, antes de que nos arrollara la resaca del neoliberalismo.

Hacia 1984, al observar el abandono oficial en la vida interna de los principios que sustentábamos en el exterior, comenzamos a pensar en la creación de un movimiento nacionalista y transformador, que luego se tradujo en la Corriente Democrática encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas. Las reuniones conspiratorias tuvieron lugar primordialmente en la casa de Ifigenia, por eso la conocemos como la Corregidora de nuestra historia contemporánea. La soberbia de los tecnócratas y dedócratas desembocó en nuestra ruptura con el gobierno y la creación del Frente Democrático Nacional que ganó las elecciones de 1988, aunque el triunfo nos fue vilmente arrebatado.

Llegamos al Senado por nuestra inocultable victoria en la capital. Ganamos todos los debates, pero perdimos todas las votaciones. Eso no debe volver a ocurrir. Somos la mayoría social, tenemos la razón histórica y la obligación de derrotar a un régimen de ignominia. Habremos de remontar cuanto antes el monólogo hueco del Ejecutivo y restablecer las relaciones republicanas entre los poderes públicos. El galardón para Ifigenia significará también una victoria contra la mezquindad política. En palabras de don Belisario: “El mundo está pendiente de vosotros, señores miembros del Congreso Nacional Mexicano, la patria espera que la honréis”.

Comisionado para la reforma
política de la Ciudad de México

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