La crisis humanitaria que se ha evidenciado en la frontera sur de nuestro país por la llegada de más de cinco mil migrantes centroamericanos, de los cuales casi la mitad son niñas y niños, ha atraído la mirada del mundo sobre un fenómeno al mismo tiempo antiguo y contemporáneo. La mayoría de las naciones y todas las del Continente Americano son fruto de migraciones: las que cruzaron el Estrecho de Bering provenientes del Río Amarrillo en China y probablemente las que llegaron por el sur como parece demostrarlo los moáis de la Isla de Pascua. Más tarde llegaron las empresas de conquista y colonización, primordialmente de España, Portugal e Inglaterra. El arribo de comunidades africanas a nuestro continente generó la economía del esclavismo, vigente hasta nuestros días.

He vaticinado dese hace tiempo que el siglo XXI será el de las migraciones. Las inmensas disparidades económicas y sociales entre el norte y el sur sustentan esta profecía. El mercado internacional de la mano de obra es parte esencial de la globalización. Tanto las cadenas internacionales de producción como el consumismo mundial, abonan a favor de intercambios no sólo tecnológicos, sino también humanos. La relación entre los medios de vida disponibles y el crecimiento demográficos han dado razón al maltusianismo. El crecimiento cero preconizado por el Club de Roma no ha aterrizado en la realidad ya que los patrones de reproducción siguen siendo altos, mientras que la mortalidad infantil se reduce asombrosamente.

La implantación del modelo neoliberal obliga a la coexistencia entre un proceso de globalización con sociedades cada vez más excluyentes y xenófobas. Stiglitz atribuye al “capitalismo salvaje” estas enormes contradicciones. Al final del día las migraciones prevalecerán contra cualquier obstáculo artificial. Todas las barreras inventadas para la contención de las migraciones del sur han fracasado, comenzando por la de un corzo —Napoleón Bonaparte— que doblegó a Europa desde el sur. La frontera entre México y Estados Unidos es proverbial, porque no hay estados intermedios que filtren o contengan parcialmente las olas migratorias. De ahí que el gobierno estadounidense haya coercionado a la diplomacia mexicana para que “selle la frontera sur” de nuestro país, ya que no puede obturar nuestra frontera norte.

El gobierno mexicano ha cedido a la imposición de políticas migratorias norteamericanas, como si se tratara de una expansión de fronteras. Sin embargo, han sido impotentes para cerrar el filtro de entrada a la Unión Americana. Se trata un hecho histórico que nadie puede detener. Sería mucho más rentable regularlo de modo inteligente. Fuerzas policiacas mexicanas agredieron a centroamericanos en tránsito y alentaron a movimientos sociales conservadores para que se unieran a la represión. En estas circunstancias resulta indispensable una posición clara y contundente del gobierno de la República. Esta tendría que fundamentarse en el derecho de gentes. Los pactos económicos y sociales de Naciones Unidas estipulan que “toda persona tendrá derecho a salir libremente de cualquier país, incluso del propio”. Correlativamente “deben crearse las condiciones económicas para que las personas puedan permanecer en sus países”. Los instrumentos internacionales consagran tanto el derecho a migrar, como al no migrar.

Olvidamos a menudo que México fue el promotor de la Convención Internacional sobre Trabajadores Migrantes y sus Familiares, que muchos países ignoran pero el nuestro debiera acatarla rigurosamente. El movimiento de regeneración floresmagonista preconizó: “Si fuera la patria como una madre cariñosa que da abrigo y sustento a sus hijos, si se les diera tierras y herramientas para sembrar, nadie abandonaría su patria para mendigar el pan a otros países en donde se les desprecia y se les humilla”.

Presidente de la Cámara de Diputados

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