En algún punto del poniente de la Ciudad de México se reúnen todas las noches empresarios, corredores de bolsa, jubilados, amas de casa y jóvenes bajo una misma condición: mantener el anonimato. Todos ellos perdieron el control en algún momento de su vida y llegaron hasta este diminuto lugar cansados de mentir, sentirse culpables, vacíos: con un infierno dentro sin poder apagar. Son jugadores compulsivos, entraron al laberinto de los adictos a perderlo todo y éste los derrotó. Perdieron.

Para los ludópatas una apuesta es demasiado y mil no son suficientes. Aldo, por ejemplo, se extravió varias noches entre los casinos y en ellos perdió su casa y su empresa. “Es una enfermedad que acaba con las familias y saca lo peor de uno mismo. Yo tuve que mentir, engañar, defraudar para seguir apostando, pensando que algún día me iba a recuperar”.

Entre 2013 y 2016 (hasta abril) la Secretaría de Gobernación (Segob) otorgó 7 mil 730 permisos para peleas de gallos, 2 mil 530 para carreras de caballos, 2 mil 979 para sorteos, entre otros que, de acuerdo con una solicitud de Transparencia realizada por EL UNIVERSAL a la Dirección General de Juegos y Sorteos, suman un total de 13 mil 273.

Producto de esos permisos, la Secretaría de Hacienda (SHCP) recaudó 3 mil 508 millones de pesos.

De acuerdo con estimaciones de Javier González Herrera, director de la clínica especializada en ludopatía Samadhi, en México hay alrededor de 2 millones de ludópatas, quienes perjudican a su vez al menos a seis personas de su entorno. Esto quiere decir que podría haber cerca de 12 millones de personas afectadas, directa o indirectamente, por el juego patológico.

Enemigo silencioso

“Con el alcohol o las drogas la familia puede percatarse de un daño. Con el juego no. Yo salía del casino despedazado internamente, pero por fuera siendo la misma persona, aunque con dolor, sufrimiento, mentiras y angustia, preguntándome ¿cómo voy a arreglar lo que destruí con una hora de juego?”, dice Julián, que con la barba crecida y el pelo encrespado acomoda los brazos y el mentón en el respaldo de la silla para contar su historia, como un niño triste, aunque es un prestador de servicios que desde muy joven se perdió en la adicción a perderlo todo.

“En mi vida todo giraba en torno a cómo ganar, hacer apuestas y conseguir dinero para seguir jugando. Estaba descontento conmigo mismo y mi fondo de dolor cada vez era peor”, dice por su parte Conrado, un jubilado que quiso recuperar su matrimonio después de dejar el juego.

En su caso, Aldo fue molestado desde niño por sus compañeros, tenía baja autoestima y una mala relación con su familia que se prolongó hasta la adolescencia. Pero en el casino todo cambió, el escenario era otro: era bien atendido, recibía un trato respetuoso, le llevaban bebidas hasta su mesa.

“Éste es mi lugar, aquí estoy obteniendo el reconocimiento, el valor que nunca tuve”, pensó Aldo sin reconocer el problema de salud que enfrentaba.

Hoy Aldo y sus compañeros en el grupo de jugadores compulsivos no desean saber por qué empezaron a apostar y luego perdieron el control.Todos ellos sólo quieren conservar el anonimato y poner freno a la espiral. “No quiero saber por qué jugaba, yo vengo a dejar de jugar porque tengo que parar. Puedo regresar a mi pasado a pelearme con mis compañeros, a preguntarme por qué me buleaban, pero tengo que trabajar en mis defectos de carácter, en mi soberbia, porque el jugador es soberbio por naturaleza: sabe quién va a ganar, sabe quién va a perder, tiene todos los recursos, no le pide ayuda a nadie... No es importante saber por qué apostaba, lo importante es atenderlo hoy”, dice el jugador compulsivo.

Ludopatía. La adicción a perderlo todo
Ludopatía. La adicción a perderlo todo

Compromisos sin acciones

En 2012, la Secretaría de Salud (Ssa) elaboró las Consideraciones generales hacia la prevención y la atención del juego patológico en México, documento en el que la Comisión Nacional contra las Adicciones (Conadic), el Centro Nacional para la Prevención y el Control de las Adicciones (Cenadic), la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y otras instituciones, se comprometieron a realizar acciones para la atención y prevención de la ludopatía. Las promesas se quedaron en el papel y los adictos a perderlo todo siguieron adentrándose en el laberinto.

La Conadic se comprometió en el documento de 2012 a “favorecer la asistencia y asesoría técnica permanente para impulsar la prevención y la atención del juego patológico; promover la participación de otras instituciones de los sectores público, social y privado; impulsar acciones de prevención y tratamiento de la ludopatía sumando a las entidades federativas a través de los consejos estatales contra las adicciones; a intensificar los esfuerzos, para consolidar con ello una mayor comprensión entre la sociedad sobre los riesgos de esta patología y las medidas para su atención; y a elaborar materiales de información con base científica, sobre las características y consecuencias del juego patológico a fin de orientar a la población en general”.

Sin embargo, la Conadic y el Cenadic no capacitaron a ningún personal de la salud en materia de atención y prevención de ludopatía entre 2013 y 2016 (hasta abril), de acuerdo con la solicitud 0001200190416.

Tanto la Conadic como el Cenadic aparecen en la página de atención al ludópata de la Segob y, en el caso del segundo, está registrado también en el directorio de servicios para la prevención y atención del juego patológico emitido por la Ssa.

La Conadic obtuvo una partida presupuestal original de un millón 200 mil pesos en 2013, 198 mil en 2014 y 300 mil en 2015 para otras capacitaciones a funcionarios, de acuerdo con los informes de ejercicio presupuestal correspondientes a esos años, cuya copia posee EL UNIVERSAL. En contraste, en materia de pasajes aéreos internacionales para servidores públicos, correspondiente a la partida presupuestal 37106, la Conadic obtuvo una cantidad original de un millón 375 mil pesos de 2013 a 2015 y en materia de jardinería y fumigación —servicio contenido en la partida 35901— se obtuvo una cantidad de 125 mil pesos en el mismo lapso.

Asimismo, la Conadic respondió en las solicitudes 0001200196916, 0001200197016 y 0001200197116 que “no tiene una partida presupuestal destinada a la atención y la prevención de la ludopatía”, como tampoco la tiene para otras adicciones específicas. Al cierre de esta edición, la Conadic no respondió a la solicitud de entrevista con este diario para conocer su postura sobre el tema.

“Esto es una enfermedad”

“En el grupo hemos vivido historias, de gente que se gasta miles de pesos en el casino y luego ya no tiene dinero ni para sacar el coche del estacionamiento. Esto es una enfermedad, no es normal no tener 20 pesos para el estacionamiento cuando se acaban de apostar 10 mil. El jugador no quiere ganar, el jugador no quiere perder: el jugador sólo quiere jugar. Si ganas te sientes muy bien, pero sólo porque tienes parque para seguir jugando, aparentemente puedes ganar, pero no es cierto, sigues apostando hasta perder todo lo que obtuviste”, narra Julián.

Pese a que la UNAM formaba parte de un grupo interinstitucional para la prevención y atención del juego patológico establecido en 2012 por la Ssa, la universidad informó vía transparencia —a través de la Dirección General de Atención a la Salud, la Facultad de Psicología, la Facultad de Estudios Superiores Zaragoza y la Facultad de Estudios Superiores Iztacala— que tampoco impartió capacitación en la materia para personal de la salud desde 2013.

La asociación civil CALCI, encabezada por Carlos del Moral, ex jugador y actual terapeuta en materia de ludopatía, estuvo convocada para la elaboración de la estrategia delineada por la Ssa en 2012 y se comprometió a realizar acciones de sensibilización, así como a reportar los casos atendidos con el objetivo de contribuir al estudio de la prevalencia de la enfermedad. Pero nadie le preguntó en 2013 si había cumplido sus compromisos, ningún funcionario le pidió rendir cuentas al año siguiente, ni al siguiente.

Los ludópatas están conscientes de que viven rodeados del juego y en cada esquina hay una entrada para regresar al laberinto y volver a perderlo todo: los raspaditos en los supermercados, los boletos de una rifa que regalan en la compra de productos, pronósticos deportivos, puestos de lotería, apuestas remotas desde el celular o salas de póker en la computadora.

A Aldo, Julián y Conrado ya nada les hace sentir la misma adrenalina que las apuestas les provocaban, pero acuden todos los días al diminuto local a recuperar su paz, a escuchar sentados desde sus sillas de plástico a sus compañeros que hablan de su problema en la tribuna hasta las 21:30 horas.

La primera apuesta para un jugador compulsivo es como la primera copa para un alcohólico, y la batalla contra ésta es una lucha en la que la victoria —aseguran— dura un día y tiene que volver a librarse a la mañana siguiente. Es una batalla diaria en la que las instituciones no destacan, pero en la que los jugadores se reconocen unos a otros, en los casinos, peleas de gallos, carreras de caballos o... en las reuniones anónimas donde se dicen todas las noches: “Cabrón, sólo por hoy, sólo por hoy”.

Ludopatía. La adicción a perderlo todo
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