Todos los días en punto de las cinco de la mañana, en el pueblo de San Bernabé Ocotepec, en la Ciudad de México, don Eustaquio Martínez prende su radio de pilas y sube el volumen para escuchar a Los Cadetes de Linares mientras alimenta a sus gallos de pelea.

“Pongo música cuando les doy de comer. Eso ayuda a que no llegue estresado el animal”, comenta.

Cuando las aves escuchan el ruido del maíz cayendo en los platos de plástico, se hace un alboroto: cantan, aletean, se impacientan, y las plumas invaden el aire del corral. Entonces suenan el acordeón y el tololoche, y uno de los gallos más grandes de Eustaquio mueve al ritmo de la música sus más de cuatro kilos de peso.

Don Eustaquio trabaja en la construcción, pero los gallos son su pasión. “Es como tener una moto, un coche, un caballo: es un gusto”.

“A los gallos, tengas o no tengas fiesta, hay que atenderlos. A veces mi familia se va de excursión y yo me quedo porque hay que darles de comer todo el año”, comenta.

Cada gallo puede pelear hasta siete veces en su vida. Eustaquio paga entre 5 mil y 10 mil pesos por inscribirlos en competencias —dinero que cobra el dueño de la casa en la que ocurren las peleas clandestinas—, que le han dejado ganancias de hasta 50 mil pesos en un día de palenque.

Un permiso otorgado por la Secretaría de Gobernación (Segob) para realizar peleas de gallos legalmente puede costar hasta 33 mil pesos, según el tabulador de la Dirección General de Juegos y Sorteos para 2016.

El año en que se registraron más permisos otorgados para peleas en palenque de este sexenio fue 2013, con 2 mil 286 concesiones.

Antes de cada jugada, los gallos de Eustaquio son consentidos: en lugar de su rígida dieta de maíz y alimento especial, son apapachados con manzanas y plátanos.

En el palenque, Eustaquio mantiene la calma. Apuesta, junto con un compañero, entre 2 mil y 3 mil pesos, y nunca ha perdido el control durante el juego, aunque ha visto a otros jugadores salirse de sus casillas.

“Los problemas empiezan cuando mezclas el juego con el alcohol. El criador [de gallos de pelea] casi nunca tiene problemas, el que tiene problemas es el que está apostando afuera, él sí confunde el juego”, asegura, “se pelean, se dan de golpes, patadas. Muchas veces son muy débiles en su forma de ser porque apuestan lo que no llevan. La gente desesperada empieza a gritar por lo mismo de que va perdiendo su gallo”.

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