No puedo ofrecer una opinión informada sobre la magnitud y la gravedad de los impactos ambientales, culturales y sociales de la construcción del Tren Maya. Simplemente porque aún no se ha compartido información precisa sobre el proyecto y tampoco se han hecho las manifestaciones de impacto ambiental y social—aunque ambas son obligatorias según la legislación mexicana.

Esto es lo poco que se ha hecho público: la construcción del tren comenzaría a finales de 2019 y terminaría en 2022, las vías ferroviarias recorrerían 1500 km y la inversión total del proyecto sería de 120 mil a 150 mil millones de pesos. (El Instituto Mexicano para la Competitividad estima que sin la planeación apropiada el costo podría ser de hasta 4 a 10 veces más.) El tren busca estimular la industria turística en muchos de los sitios culturales y naturales más espectaculares y sensibles de México, localizados en Chiapas, Campeche, Quintana Roo y Yucatán.

Los asombrosos vestigios arqueológicos Mayas como Palenque, Calakmul, Tulum, Xelhá y Cobá o Chichén Itzá, Huxmal e Izamal—muchos de ellos inscritos como Sitios de Patrimonio Cultural por la UNESCO—están en la ruta planeada para el tren con el que se pretende atraer gran cantidad de turistas de México y el mundo. A la par, esta región alberga algunas de las áreas protegidas con mayor diversidad biológica del planeta, incluyendo Sitios de Patrimonio Natural por la UNESCO y reservas de la biosfera que brindan refugio a muchas especies endémicas y amenazadas. Zonas como Sian Ka´an y el sitio mixto cultural/natural de Calakmul y su Antigua ciudad Maya y la porción de selva tropical protegida más grande de México.

A pesar de la falta de información, lo que puedo ofrecer son algunas consideraciones sobre los inminentes impactos ambientales que el proyecto puede causar. Hay muchas experiencias en todo el mundo (incluyendo México) que ilustran los impactos de la destrucción y fragmentación del hábitat derivados de la deforestación y el desarrollo urbano y turístico. Vale la pena examinar algunas de las lecciones aprendidas para diseñar una estrategia turística que no sacrifique nuestra biodiversidad.

La fragmentación es el proceso por el cual una zona grande y continua de hábitat es reducida y dividida en partes más pequeñas. El resultado es un mosaico de parches aislados. La construcción de barreras es lo que fragmenta el hábitat y reduce la habilidad de los animales de desplazarse para buscar alimento, emparejarse, migrar y establecerse en territorios nuevos. Tales barreras pueden ser carreteras, vías ferroviarias, canales, vallas y muros, oleoductos o cualquier obstáculo que impida a la fauna desplazarse libremente, incluyendo las especies paraguas como el jaguar que, si son protegidas, también se protegen muchas otras especies que comparten su hábitat. Al final, quedan porciones de territorio que, aun cuando pueden seguir estando “protegidas” (en el papel), en realidad son pequeñas islas del hábitat original, cada una rodeada por un paisaje inhóspito dominado por los humanos.

La fragmentación del hábitat da lugar a subpoblaciones de especies que son más vulnerables y también empeora el “efecto de borde”—las condiciones ambientales y biológicas deterioradas en los bordes de un hábitat. La fragmentación aumenta gravemente este efecto, ya que divide a una población que anteriormente era más grande en poblaciones más pequeñas que son más propensas a extinguirse. También aumenta su vulnerabilidad a las especies invasoras y a las enfermedades epidémicas.

Por ejemplo, más viento, menor humedad y temperaturas más altas en el borde de una selva aumentan la posibilidad de incendios. Los incendios pueden extenderse a los hábitats fragmentados desde asentamiento humanos cercanos o ser inducidos por agricultores que practican la rotación de cultivos mal planeada. Los incendios accidentales también aumentan debido al tránsito vehicular, a turistas descuidados o a la población local. Hay muchos ejemplos alrededor del mundo, incluyendo en México, en que millones de hectáreas de selvas tropicales y los animales que allí vivían, fueron devastadas por incendios, generalmente producidos en época de sequía.

Para resumir: un muro u otra barrera construida por los humanos puede amenazar la existencia misma de especies y poblaciones. Muchas especies de reptiles, anfibios, mamíferos y aves que viven en las selvas tropicales no pueden ni siquiera cruzar tramos cortos por una zona abierta, ya que corren el peligro de ser devorados, atropellados o afectados por ambientes demasiado soleados, calurosos, ruidosos o secos. Y cuando la fragmentación reduce los movimientos de los animales, las plantas con frutos carnosos o semillas pegajosas que dependen de ellos para dispersarse, tampoco lo pueden hacer. Así es como llegan a perderse especies de plantas nativas.

Y no olvidemos que la fragmentación del hábitat causada por carreteras y otras vías de acceso suele también atraer a cazadores legales e ilegales que aprovechan la situación para explotar con mayor ímpetu las zonas remotas que ahora son más accesibles. Sin los controles apropiados, no habrá refugio que valga para los animales, y sus poblaciones irán desapareciendo inexorablemente. Y no nos engañemos: la fragmentación del hábitat es también un asunto de salud pública ya que coloca a las poblaciones silvestres más cerca de los animales domésticos, aumentando así la probabilidad de que se transmitan enfermedades. Y si el nivel de trasmisión aumenta, también crece el riesgo de que se propaguen enfermedades contagiosas a los animales domésticos, a las plantas y a los humanos.

No me cansaré de repetir que el desarrollo y la conservación de la naturaleza no son mutuamente excluyentes. Ambos pueden, y deben, coexistir si nosotros los humanos y el mundo natural queremos sobrevivir. La planeación inteligente e informada, el respeto a los pueblos indígenas, la participación de la sociedad, la transparencia, el cumplimiento de la ley y la rendición de cuentas, son esenciales para que el progreso humano se realice en armonía con la naturaleza.

El quinto pecado ambiental es la fragmentación del hábitat.

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