Alexis González Flores y David Ruiz Martínez se escondieron 15 días en el monte, avanzaron entre matorrales, ocultos de día y caminando de noche, bajo la guía de un patero que les cobró 7 mil dólares y reportaba a Los Zetas... al pisar Estados Unidos la migra los cazó.

Cruzaron el Río Bravo en la madrugada, sin saber nadar, y tomaron camino al norte, por las brechas, querían llegar a San Antonio, de ahí a Houston y luego más allá, hasta la frontera con Canadá, sólo para trabajar y dejar atrás su cotidianidad en una gasolinera de San Felipe del Progreso, Estado de México.

Han pasado un par de días desde que fueron deportados de Estados Unidos. Regresaron a México por el Puente Internacional Número 2. Alexis, esposo y padre de una niña de 18 meses, se encuentra en el salón principal de la Casa del Migrante Nazaret, reza con fervor a la Virgen de Guadalupe.

David, esposo y padre de dos niños, se acerca y narra los últimos días. “Ya teníamos 15 días en el monte, nos metimos y cruzamos el río y para arriba, el viernes todo empeoró rápido... 15 días y no avanzamos, dimos muchas vueltas para evitar la migra.

“Fue el viernes, caminábamos de madrugada, paramos como a las 6:00, el patero se nos perdió, a las 8:00 comenzó la corretiza, yo y otros valedores que eran de León nos escondimos en un arbusto, pero mi pariente se echó a correr, hasta como a las 13:00 seguían tras nosotros”.

David y Alexis se ven tristes. Se sienten impotentes cuando hablan. “Nos perseguía la migra con todo lo que tenían, policías, en patrullas, motos, con drones y helicópteros, estuvimos así cinco horas. Se había calmado el pedo, nos habíamos separado mi pariente y yo. Dos horas después intente hablar por celular”, dice David. Alexis es más serio, parece que quiere olvidar: “Me agarraron ahí, cuando regresé a la malla, en la mera frontera”. La Patrulla Fronteriza lo detuvo por primera vez y un par de días después lo deportó a México con la advertencia de que la próxima vez podría pasar cinco años en la cárcel.

“Uno sabe los riesgos que corre, pero la ventaja es que hay fe en Dios. Uno no lo hace por uno, lo hace por sus hijos”, dice David mientras Alexis asiente con la cabeza, con la mirada clavada en el piso, impotente, pensativo, desanimado. Era la tercera vez que intentaba cruzar desde que llegó a Laredo hace dos semanas. Alexis y David están cansados física y emocionalmente. “Quiero ir para tener una vida mejor, tener mi casa, darle una vida a mi familia. Después sí [intentaré volver a cruzar] ahorita quiero regresar, estoy cansado, desanimado. Pienso [que lo que hace Donald Trump] está muy mal, uno va a trabajar, en busca de una vida mejor, no a robar ni matar. Esto es muy injusto”, dice Alexis.

David opina: “Uno va a Estados Unidos no a delinquir, al contrario, nada más uno va a trabajar, está bien que cada quien defiende la ley de su país, pero pinche Donald Trump está cabrón, ha redoblado la vigilancia”.

Se oye en las bocinas de la Casa del Migrante que está por salir una camioneta que los llevará a la central de autobuses de Nuevo Laredo. Cada uno sólo lleva una bolsa con artículos de limpieza personal y un poco de ropa. pero también cargan sus sueños rotos y la impotencia de no haberlo logrado.

Afuera, sobre la avenida Luis Donaldo Colosio, espera una camioneta de 15 plazas. Al frente, un hombre ha metido la cabeza entre sus piernas, llora. Atrás hay mexicanos de Zacatecas, Coahuila, Durango, San Luis Potosí y Estado de México. Se oye un grito: “Nos vamos a brincar a Trump, que sepa quienes mandan, los estadounidenses se van a morir de hambre sin nosotros, allá no quieren trabajar... nosotros sí”. La camioneta arranca. Alexis y David no alcanzaron lugar, irán en la próxima.

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