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Los mexicanos Julio Salgado y Jesús Íñiguez se conocieron mientras estudiaban en la Universidad de Long Beach, California, en 2007. Julio estudiaba Periodismo y Jesús Sociología. Ambos formaban parte de un grupo de apoyo a estudiantes ilegales. En éste, reforzaban los vínculos con los profesores para enseñarles o aprender juntos sobre cómo se podía apoyar a los jóvenes en su situación.

Unos años antes, Jesús se enteró que era indocumentado: “Siempre supe que había nacido en la Ciudad de México, pero no sabía que era indocumentado hasta la preparatoria, como por 1998, cuando deportaron a mi papá. Ahí entendí que la situación sí era grave y que podía pasarme a mí”.

La calidad de vida que podía ofrecer el país vecino, incluyendo su sistema educativo, fue lo que convenció a su padre —pese a ser profesionista— de quedarse allí durante una visita que pretendía ser sólo turística: “Yo no me siento mal por ser indocumentado, sólo es mi situación, de todas maneras yo he tenido que superarme: ir a la escuela, sacar mis notas, tener un empleo”.

A sus 33 años, los recuerdos de olores, sabores y colores de México son nulos para Jesús, puesto que llegó a EU a los dos años: “No me acuerdo nada de México... yo nunca he vivido la experiencia de ser indocumentado como algo que tuviera que callar”.

En contraste, Julio no piensa de la misma manera sobre ser ilegal. Para él, ser homosexual e indocumentado son dos realidades con las que ha tenido que lidiar. Entendió sobre su estatus legal cuando intentó realizar trámites como cualquier otro joven, como sacar la licencia de conducir: “Me decían ‘sabes qué, tú no puedes’. Me decían que no mencionara que no tenía papeles”.

Sin terminar el sexto grado de primaria en Ensenada, Baja California, donde nació, Julio llegó a EU cuando tenía 11 años de la mano de sus padres y su hermana como turistas. Fue una orden de los médicos lo que obligó a su familia a quedarse en aquel país. Su hermana, quien es cuatro años menor, enfermó de gravedad y su madre le donó un riñón. Tras la operación, “los doctores le dijeron que no podíamos regresar a México, porque si regresábamos mi hermana podía morirse”.

Soñadores a la deriva. Dreamers Adrift o “soñadores a la deriva” es el mote con el que Julio y Jesús nombraron a su colectivo artístico en octubre de 2010. Desde ese año combinaron sus aptitudes para la narrativa visual y crearon videos con la intención principal de “reírnos de que a veces ser indocumentado puede ser vergonzoso”, tal como lo confiesa Julio.

En ese entonces, los estudiantes realizaban actos de desobediencia civil y una de sus frases era: “Si van a hablar de los indocumentados, nos deben ver a la cara, no podemos escondernos”. En medio de esa oleada de protestas, Julio y Jesús notaron que los medios de comunicación mostraban a ese sector de la población “sin humanidad”.

Las primeras redes sociales en las que publicaron sus videos fueron YouTube y Facebook, gracias a ello y a sus círculos de amistad, otros jóvenes en la misma situación les compartieron sus experiencias con la intención de que los youtubers las trasladaran a sus productos audiovisuales. Dreamers Adrift, que hasta ahora tiene casi un centenar de videos y se volvió un nicho para los jóvenes que desean mostrar su verdadero rostro y para organizaciones civiles como La Coalición de Jóvenes Inmigrantes y Estudiantes Asiáticos que Promueven los Derechos de los Inmigrantes a través de la Educación (ASPIRE, por sus siglas en inglés).

“El inmigrante bueno y malo”. Julio y Jesús son parte de la primera generación de inmigrantes que obtuvieron el beneficio del DACA en 2012.

Ellos consideran que una de sus misiones como artistas es cambiar la percepción que un sector de la población tiene sobre los inmigrantes: “Para nosotros la lucha no para, porque no es justo que sólo unos cuantos se puedan beneficiar y otros están vulnerables. Queremos cambiar el que nos clasifiquen en categorías del buen inmigrante o el mal inmigrante. El bueno es el que va a la universidad, el malo es el que no estudia, el que no habla inglés.

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