Durante el Siglo de Oro español, el dramaturgo Lope de Vega trató de no ser opacado por su colega Juan Ruiz de Alarcón, al que le decía, para burlarse de él por su físico y su origen mestizo:

¿De dónde corco-vienes y a dónde corco-vas?”, según recoge Alfonso Reyes en su ensayo sobre el escritor, cuyas obras eran, en gran parte, críticas agudas de la alta sociedad virreinal de la Nueva España y la nobleza española. Sirva este ejemplo para decir que la alta sociedad se creó en México al mismo tiempo que la Nueva España y que sus círculos se mantenían igual que como los retrata el brillante dramaturgo, hasta nuestros días: cuide su imagen, procure que sus amistades sean de su mismo rango y cásese con alguien de su misma clase social, so pena de acabar atacado a jitomatazos por el (antiguo) Paseo de la Reforma, como sucedería en las épocas porfirianas.

Las creencias culturales que heredamos desde entonces hasta nuestras fechas son la influencia que ha construido en nuestro país la exposición de la alta sociedad desde tiempos inmemoriales. Basta con asomarnos a las primeras páginas de EL UNIVERSAL ILUSTRADO, para ver las crónicas del Baile de la Cruz Roja, las damas disfrutando de un fin de semana soleado en el hoy desaparecido Balneario de la colonia Juárez —el antecedente de clubes como el Deportivo Chapultepec y el Mundet—, las competencias de tenis de los niños bien de la época o las bodas más opulentas celebradas en las calles del Centro Histórico.

De entonces a la fecha

La alta sociedad estuvo muy definida en México hasta después de la Revolución, cuando muchas familias perdieron sus fortunas. Para los años veinte, los comerciantes tomaron la estafeta del poder económico y, por lo tanto, social. Durante el nuevo periodo de modernización de la Ciudad de México y gran parte del país —co - nocido como El Milagro Mexicano de Miguel Alemán—, la clase política se erigió como la nueva nobleza. Las familias judías y libanesas forjaron fortunas con los bienes raíces, empresas bancarias y de servicios.

En su libro La Suerte de la Consorte, la escritora Sara Sefchovich narra la vida de Eva Sámano de López Mateos, cuyos tés canasta fueron heredadas por las siguientes generaciones, junto con su influencia como benefactora y protectora de los niños mexicanos. Con ella nació la figura socialité de la Primera Dama.

Esa clase política es la que volvió figuras sociales a los descendientes de los Alemán, Díaz Ordaz o Salinas de Gortari.

En nuestros tiempos, ya desde los noventa, la socialité ha abierto su abanico. Si bien las antiguas

familias mantienen sus eventos privados, generalmente asociados a la beneficencia o lasodas, la nueva generación de emprendedores einfluencers son representantes de la moda o lo que se supone es el savoire faire mexicano. Dijo Guadalupe Loaeza para EL UNIVERSAL, en 2011, a propósito del relanzamiento de Las niñas bien:“Somos un país provincial, nos gusta ver cómo viven los ricos, tal como en las novelas y en las telenovelas, nos encanta la fábula de Cenicienta. Y lo seguimos haciendo con las páginas sociales”.

Nada es más cierto…Básicamente, nos gusta

contemplar —y si es posible, copiar— su moda y estilo de vida. Las marcas comerciales lo saben y por eso los invitan a sus huateques sociales. Es posible que estemos lejos, muy lejos de los retratos sociales de Juan Ruiz de Alarcón, pero hay algo que subsiste en sus irónicas obras teatrales, y eso es un país donde la opulencia, la exquisitez y las buenas costumbres también son parte de nuestra sociedad y sus creencias culturales, nos guste o no. Simplemente, son parte de la historia de nuestra nación.

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