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Saúl Barajas, David Salcedo, Carlos Abundis, Claudio Chávez, Susi Gomar, Emiliano López y Ricardo Teliz, todos menores de 25 años, forman parte de un movimiento que han llamado Mochilazo con el Papa, revolución del amor. Vienen desde Guadalajara siguiendo al Pontífice e irán a Morelia, Chiapas, Ciudad Juárez y Ecatepec.

Son ocho jóvenes y, en el caso de tres de ellos, han vivido violencia en lo particular: Saúl un secuestro exprés en Michoacán; David un asalto estando en su casa, y Carlos dos robos, ambos con arma de fuego. De ahí que su fe esté puesta en ser peregrinos y apostar por un mundo mejor para otros jóvenes tapatíos con los que se reúnen cada 15 días.

Cada uno de estos jóvenes es profesionista o está en camino de serlo. “Llevamos comida, diversión a casas-hogar; ha sido una aventura de la mano de la madre Teresa” y ahora con el papa Francisco, comentan. Han esperado 10 horas y ahora están en primera fila para verlo pasar.

Los ocho están a unos pasos de la Basílica de Guadalupe, junto a miles de personas que siguen formadas en las vallas; el sol ayuda a que el frío no sea tan intenso.

Los asistentes aguantan de pie, si acaso se sientan sólo un rato y dejan algún suéter en las vallas para no perder su lugar. Se escuchan cantos y rezos: “Papa Francisco, ya eres mexicano”, seguido de: “Desde siempre, Francisco está presente”; “Francisco, amigo, México está contigo”, y la alegría contagia a la multitud.

Los del lado derecho retan a los de enfrente a que digan una porra; los guardias vigilan. Personal de la delegación Gustavo A. Madero asiste a la ciudadanía, hay helicópteros, mientras adentro, en el atrio, más de 30 mil fieles esperan desde las seis de la mañana para que la puerta principal del Atrio de las Américas se abra, cantan La Guadalupana en un coro al unísono.

Las personas en sillas de ruedas están adelante. Francisco llega a un país con 82% de católicos, ha decidido su viaje como una travesía de compromiso con los migrantes e indígenas; a su llegada a México han comenzado a llamarlo El Pastor de las Calles; dice que viene como misionero de la paz y la misericordia, y también como hijo de la Virgen de Guadalupe.

Sobre la calzada todos esperan tocar al Obispo de Roma, hacer algún contacto visual con él, un solo contacto.

“Ahí viene”, es lo que todos gritan. A su paso, Francisco ofrece su mano, bendice, sonríe. Un segundo, “la espera lo valió”, dice la gente.

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