Señor Director: He leído la carta que, en su derecho, dirige a EL UNIVERSAL el señor Héctor Serrano.

Lamento que no aborde los hechos referidos en dos entregas diferentes —21 de abril y 12 de mayo— de la columna que se publicó en estas páginas bajo mi nombre, y que refieren hechos que pueden constituir delitos federales en los que estarían involucrados funcionarios del gobierno de la Ciudad de México.

Reitero mi certeza sobre los datos aportados y pongo a disposición del diario las pruebas correspondientes.

En casi 40 años de vida profesional, me he reunido con cientos —quizá miles— de mujeres y hombres públicos.

Entre ellos ha estado el señor Serrano, al que llegué a ver en cuatro ocasiones, siempre acompañado de testigos, como acostumbro hacer cuando se trata de interlocutores no confiables.

El señor Serrano hace honor a su prestigio cuando habla de una conspiración.

Pero ese es su campo de trabajo, no el mío.

Lo invito a demostrar sus dichos. Es verdad que se trata de un personaje frecuente en mis escritos, porque es mi convicción que los periodistas debemos enfocar nuestra atención en los poderosos que se mueven en las sombras y se ostentan como intocables.

Asumo las consecuencias que ello suponga en este caso.

Roberto Rock

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