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Se vislumbran tiempos complejos para las relaciones de Estados Unidos con el mundo, con México, con Cuba, lo cual podría repercutir en nuevas interacciones —o tensiones— entre nuestros países, como las que han abundado a lo largo de la historia.

Respecto de Cuba, el marco lo da el amistoso y trascendente encuentro entre los presidentes Raúl Castro y Barack Obama en La Habana en marzo de 2016; después, la elección del presidente Donald Trump, en noviembre de ese año, y culmina con el fallecimiento del comandante Fidel Castro el día 25 del mismo mes.

México no puede permanecer insensible ante el cambiante panorama que se abre para nuestros tres países unidos por un litoral común, un panorama que, por lo demás, involucra el futuro de todas las naciones del continente americano, como antes ha significado amargos desencuentros con Estados Unidos.

Hoy las circunstancias parecen exigir la construcción de pistas de acceso novedosas y eficaces, no sólo entre los gobiernos, sino de manera fundamental, entre los grupos sociales y los pueblos de la región. El objetivo no es solamente, conviene enfatizarlo, restaurar antiguos puentes entre estos litorales o derribar muros para transitar hacia una realidad que se transforma, sino edificar otros vínculos acordes con las exigencias de un mundo global en proceso de transformación.

Entre estos tres países hay, por un lado, una frontera terrestre que ha unido por décadas, de manera pacífica, productiva y complementaria, a la población de una vasta franja binacional entre México y Estados Unidos. Una frontera que ha sido puente, además, entre el norte y el sur de nuestro continente. Pero también es una frontera separada por una vía fluvial, vallas, alambradas y un muro que ahora se proyecta extender de este a oeste de la línea de nuestros dos países norteamericanos.

También hay litorales desde los que históricamente han cruzado cuantiosos flujos de personas y de bienes materiales y culturales entre nuestros países de tierra firme y la isla mayor del Caribe. Aunque también, es cierto, se han erigido entre estos litorales otros muros en forma de peligrosos bloqueos militares, muros en forma de bloqueos comerciales y migratorios que han separado familias y afectado el acceso de generaciones a la justicia.

Se trata, asimismo, de aportar ciertas claves necesarias para un reencuentro y para la construcción de nuevas formas de convivencia entre los Estados Unidos y Cuba, dos países ligados a México de manera profunda, en la historia y en el presente. Para avanzar en esa ruta, se hace indispensable delinear una breve relación histórica que tenga en cuenta las complejidades y los desencuentros del pasado, sin soslayar los retos de la actualidad y el futuro.

Bajo el influjo adverso y polarizante de la Guerra Fría, menudearon los equívocos y los desencuentros entre la isla y el gobierno de Estados Unidos. Cuando John F. Kennedy llegó a la presidencia de ese país, se pasó de las tensiones a la confrontación. El conflicto alcanzó un punto álgido con la frustrada invasión de Bahía de Cochinos en 1961. Los muros empezaron a construirse.

Años después de finalizada la Guerra Fría, los presidentes Raúl Castro y Barack Obama protagonizaron el reinicio del diálogo gubernamental entre ambas naciones, ante la expectativa y el ánimo de los pueblos de Cuba y Estados Unidos.

Mientras tanto, la migración de ciudadanos cubanos hacia las costas de Miami contribuyó al surgimiento de una pujante comunidad cubanoamericana en el estado de Florida. En Cuba, por otra parte, se fortaleció una sociedad con notables niveles de salud y educación, decidida a sostener con dignidad la soberanía de su patria.

Entre México y los Estados Unidos las relaciones no siempre han sido tersas. Vivieron su momento más conflictivo en 1847, el año en que nuestro país se vio obligado a ceder a los estadounidenses más de la mitad de su territorio, luego de una guerra. Sin embargo, frente a estos periodos de discordancia las relaciones entre los gobiernos de uno y otro país han tenido momentos de indudable cordialidad e incluso afinidad. Al inicio de los años noventa las relaciones entre México y Estados Unidos alcanzaron un destacado nivel de cooperación. Primero con el presidente George H.W. Bush, en especial durante las negociaciones para la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN); más tarde con el presidente Clinton, de manera señalada durante el proceso de ratificación de este tratado comercial.

La relación, sin embargo, volvió a ingresar en terrenos nebulosos a partir de la crisis económica mexicana de 1995. Fue el año en que se inició entre nosotros la implantación de una política neoliberal y la entrega del sistema de pagos nacional a la banca extranjera.

La política exterior mexicana experimentó un giro drástico; en particular, se meultiplicaron las posiciones diplomáticas adversas a los intereses de Cuba.

En el arranque del siglo XXI las relaciones se han complicado, sobre todo, a causa del proyecto, de ya varios años en ejecución, de construir un enorme muro fronterizo con nuestro país, que no haría sino aislar de manera abrupta a la comunidad méxicoestadounidense y a los migrantes de nuestra nación. En México, por lo demás, existe el más nutrido grupo de ciudadanos estadounidenses radicados fuera de su país. Su presencia ha sido de lo más provechosa. El trato con ellos, relacionado de manera señalada con operaciones económicas, políticas y diplomáticas, se ha nutrido también de numerosos y constantes intercambios artísticos, educativos y tecnológicos. ¿Cómo explicar hoy el carácter de nuestras respectivas culturas sin esta cotidiana y necesaria interrelación?.

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