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La mandíbula de Luis Videgaray Caso endurece. La mirada está fija en Layda Sansores San Román. El secretario de Relaciones Exteriores, inmóvil, escucha a la senadora lopezobradorista, quien descalifica la estrategia diplomática seguida por el gobierno de Enrique Peña Nieto ante Donald Trump. El canciller comparece ante el pleno del Senado. Ya ha escuchado los posicionamientos de los grupos parlamentarios, que describen a su manera el momento difícil que vive México en la relación con Estados Unidos.

Este hombre alto, delgado, de barba entrecana, gafas, inexpresivo en gesto y en voz, es el personaje responsable de la tarea diplomática frente al gobierno estadounidense.

¿De qué está hecho Videgaray? Al menos es resistente al discurso ácido y emocional de Layda Sansores San Román, que suele sazonar con ironías. Advierte que Donald Trump ataca a México con los funcionarios a cargo de la política exterior con el arma más letal de la política, el ridículo. “¿Qué le debe Peña Nieto que ha perdido hasta la hombría cuando agreden a su pueblo?”, pregunta la legisladora.

El secretario aguza la mirada, el rostro inexpresivo siempre, refleja más dureza, una mano encierra la otra. A su lado, el presidente del Senado, Pablo Escudero Morales (PVEM) y la vicepresidenta de la Mesa Directiva, Blanca Alcalá Ruiz (PRI), siguen los pormenores de la comparecencia en silencio.

De lo que ha escuchado, Videgaray ha tomado notas, que le servirán de guión para dar respuestas. Toma el bolígrafo, apunta al papel. No. No hay necesidad de escribir nada. Suelta la pluma. Cuando le correspondan los comentarios a la encendida participación de Sansores, dirá algo en lo que coinciden. Son el agua y el aceite.

Luis Videgaray abrió la comparecencia que dura de las 13:30 a más allá de las 18:30 horas, con un discurso informativo.

Videgaray para los tiempos difíciles en extremo que está ante los senadores, no suda, no titubea, no alza la voz y tampoco la baja. Hasta cuando les dice que identifica que los une a todos “el amor a México”, lo expresa sin timbres que le den color a sus palabras. Ha sido legislador, sabe las reglas del juego.

Suaviza la expresión sólo al salir de la comparecencia, cuando el coordinador Emilio Gamboa observa que se toman fotos varias priístas —Diva Gastélum, Hilda Flores y Lilia Merodio, entre otras—, y el senador le dice: “Son un ramillete de flores”.

La sala lo ha recibido con 100 senadores. Ha entrado por el flanco que ocupan los partidos de izquierda y el Verde. Su paseo de entrada llama la atención, por el gusto con el que lo saludan y abrazan los perredistas y una parte de priístas cercanos a ese lado.

Antes de la mitad de esas cinco horas, el salón se vacía. Estarán a ratos unos 40 integrantes del pleno. El fuero de legislador no es a prueba de hambre, que sin distinción causa estragos en los senadores y senadoras, quienes dejan guardias ante Videgaray y van por su refrigerio.

Este canciller ni agua prueba.

No trae teléfono celular a la mano. Pero su equipo de apoyo le adivina el pensamiento y con señas discretas se acerca, lo escuchan, regresan con papeles, explican, se queda con la información.

En síntesis, “la nación se ve amenazada”, ha dicho la priísta Graciela Ortiz. Escucha Emilio Gamboa con su estado mayor al lado: Enrique Burgos García y Miguel Romo. Oyen a Videgaray, una persona no emocional, exponer razones, y llama a las ofensas de Estados Unidos “gesto hostil, no amistoso”.

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