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Le conceden 20 mil asistentes. No tuvo acarreados ni hubo autobuses estacionados en las calles cercanas traídos, como casi siempre, desde colonias, municipios y estados lejanos. No se repartieron tortas. Nadie obtuvo un refresco. Tampoco hubo pago.

Fue sencillamente una marcha ciudadana que había sido asesinada antes de comenzar, despedazada desde varios frentes.

Aún así acudieron personas que pudieron expresarse libremente entre el Auditorio Nacional y el Ángel de la Independencia, en un abanico de mantas y consignas que iban desde el repudio a las amenazas que Donald Trump ha lanzado contra México (“Todo el planeta contra el fascista Trump”, “Trump tiene los días contados, México no”, “Trump, bad hombre para la humanidad”) la exigencia de que Enrique Peña Nieto renuncie a la Presidencia de la República o que se ponga fin a la impunidad y la corrupción: “¡Fuera Peña!”, “México duerme con su enemigo y verdugo”, “Con México sí, con políticos corruptos no”.

Hubo también una veta que manifestó su solidaridad “con los mexicanos de allá”: “¡No están solos!”, “Ningún humano es ilegal”, “El mundo es de los migrantes”.

A las 12 horas, una multitud se concentraba en el auditorio. La politóloga Denise Dresser repartía 350 camisetas rosas con la leyenda “Nasty women keep fighting”. Se escuchaba una y otra vez el grito: “¡El muro no!”. Dos niños a la orilla de la banqueta exhibían sendas cartulinas. Una decía “No muro”; otra, “Sí paz”.

El río humano caminaba hacia el Ángel. El rector Enrique Graue Wiechers, el monero Magú, la politóloga María Amparo Casar, el escritor Héctor Aguilar Camín, el encuestador Roy Campos, el consejero electoral Ciro Murayama, el fotógrafo Ulises Castellanos, el diputado Fernando Belaunzarán y la delegada de Miguel Hidalgo, Xóchitl Gálvez, eran algunos de quienes marchaban entre la gente.

Había banderas ondeando, muchas banderas mexicanas, aunque en los gritos nadie se ponía de acuerdo: alguien lanzaba incluso consignas contra la nueva Constitución de la Ciudad de México y otro exhibía una cartulina en que se leía: “Hay de rectores a rectores y de universitarios a universitarios” (en referencia al rector [Javier] Barros Sierra y en descalificación de los sectores de la UNAM que se habían unido a la marcha).

A la altura de Arquímedes un grupo de granaderos impidió el paso de un autobús, cuyos tripulantes coreaban voces “contra el asesino Peña Nieto”. “¡Por gritar ‘fuera Peña’ no nos dejan pasar!”, se quejaban los pasajeros. Algunos se arremolinaron para retratar o grabar la escena. Un uniformado explicó: “No pueden pasar porque viene pura gente de a pie: si quieren seguir que se bajen”.

La marcha se compactaba antes de llegar al Circuito Interior y se diluía en el tramo anterior a la Diana. En el Ángel los gritos eran contra Trump y Peña: “¡La Patria se defiende!”, se le advertía a éste último. Las críticas más entusiastas contra el gobierno federal procedían del Cencos y del CIDE: sus contingentes se homogeneizaban en el énfasis y en la crítica.

“¡Renuncia Peña!”, era la consigna que predominaba.

Un adulto mayor caminaba, mientras tanto, con una foto de López Obrador en una mano y una imagen de la Virgen de Guadalupe en la otra. “AMLO presidente”, se leía de un lado. “Salva México y danos la paz”, aparecía en la otra. Un solo instante el fantasma de “la unidad” apareció en esa multitud que podría ser definida como multietaria y multiclasista: cuando se cantó el Himno Nacional al pie del Ángel, y la diversidad de expresiones se uniformó.

Pero solo por un instante. Porque al terminar el Himno los gritos sin unidad de consigna regresaron —incluso algunos gritaron largamente “¡México! ¡México!”—, y en ese instante lo que parecía una marcha asesinada antes de comenzar, una marcha desbalagada, apagada, sin ángel, reveló al fin sus pequeños poderes: la admisión de una agenda plural que convivió sin odios y sin ataques mutuos, y logró imponerse a las manipulaciones de los partidos y sus corifeos: los que intentaron dinamitarla desde la izquierda y la derecha, y desde una marcha afín al PRI, convocada a la misma hora para dividirla y confundirla. Tres marchas en una. Y fue posible.

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