La primera gira de Trump es especial en muchos sentidos. La elección de los destinos (Arabia Saudita, Israel, el Vaticano) es significativa y rompe una tradición de décadas: es el primer presidente desde Ronald Reagan que no viaja a un país vecino (México o Canadá) en su primer viaje, y el que más ha tardado en hacer su primera incursión internacional desde John F. Kennedy.

El viaje presenta muchas dudas en el seno de Estados Unidos. “¿Hay razones para preocuparse? La respuesta rápida es sí”, asegura Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations en un artículo reciente. Para el experto, una gira que toque los tres lugares sagrados de las tres principales religiones sería un “reto” incluso para un presidente “más disciplinado y diplomático” que Trump, y su recomendación es que se “ciña al guión”.

Las paradas más interesantes serán, sin ninguna duda, las dos primeras: Arabia Saudita e Israel. “Arabia Saudita es desde hace tiempo uno de los aliados más cercanos y problemáticos de Estados Unidos”, dice desde su tribuna del Center for Strategic & International Studies (CSIS) Anthony Cordesman. En el Golfo Pérsico, y a pesar de la retórica antimusulmana e incluso el veto migratorio, Trump podría encontrarse un recibimiento “hospitalario”, según Jon Alterman, experto en Medio Oriente del CSIS.

Su predicción es simple: conocedores del perfil del presidente, le darán trato real y lo adularán, le prometerán “trabajar duro contra la radicalización” y buscarán firmar acuerdos de venta de armas. “Tentarán al presidente para meterse en el bolsillo victorias fáciles”, dice Alterman. “Tiene que resistir a la tentación”, aconseja.

El Golfo cree que con Trump en el poder tiene las de ganar: es hostil a Irán y no se preocupa tanto por derechos humanos. En ese sentido, su antecesor Barack Obama era todo lo contrario: la cada vez más notoria independencia energética y su aproximación a Irán parecía tener una “actitud condescendiente” hacia los países del Golfo que ahora, con Trump, esperan que termine. “Quieren amor de Estados Unidos”, resume Alterman.

El viaje a Israel y Palestina llega precedido de la visita de los dos líderes a la Casa Blanca en los que Trump se ha comprometido a trabajar para un acuerdo de paz duradero entre ambos. Liderando este esfuerzo está Jared Kushner (“si él no lo consigue, creo que nadie lo podrá hacer”, dijo de su yerno el día de la toma de posesión). Sin embargo, su posición en el conflicto es todavía una incógnita.

“El acuerdo definitivo”, lo denomina el magnate. Para conseguirlo, deberá volver a sentar a las dos partes en la mesa de negociación y, por ahora, lo ha puesto muy difícil. Las críticas al supuesto antisemitismo de Trump se mantienen sobre la Casa Blanca a pesar de las muestras incondicionales de apoyo a Israel del nuevo presidente. Los palestinos, por su parte, siguen desconfiando de sus contrapartes.

El nivel de exigencia en el primer viaje de Trump es, en un principio, muy bajo. “Si el viaje termina sin ningún desastre será todo un éxito. Y será un éxito si se le educa un poco sobre el mundo”, dice el experto del Brookings Institution Thomas Wright.

A todo eso se le une la sombra del conflicto de intereses que siempre persigue al magnate. “Es particularmente peligroso”, dijo recientemente Richard Painter, ex zar ético de George W. Bush, en relación a la dificultad que puede tener el presidente de separar el trabajo diplomático con “negocios tan extensos en el extranjero”.

De hecho, las dos primeras paradas son lugares de potencial interés para la marca Trump. Sus dos hijos varones estuvieron recientemente en Dubái para ver cómo va el desarrollo de un campo de golf que lleva el apellido familiar. Y, desde hace tiempo, la familia Trump buscaba negocios en Tel Aviv. Kushner, sin ir más lejos, invirtió en varios asentamientos en Israel.

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