Ensenada, BC.—Los caminos que recorrían los kiliwas para la caza, recolección y pesca, desde la costa en Bahía de San Felipe, en el Mar de Cortés, a Valle de la Trinidad, a 250 kilómetros rumbo al Pacífico, se redujeron al Arroyo del León, en el municipio de Ensenada, en Baja California. Ahí, asentados entre piedras y caminos de terracería piensan en los tiempos cuando había mucho kiliwa, donde se cazaba venado, donde tatemaban (asar o tostar) el mezcal y comían miel. Lejos están los días cuando para contar a los kiliwas tenías que usar más de una mano.

Cuando en 1980 el gobierno comenzó a hacer el conteo de hablantes kiliwas, eran 28, seis años después 13, y 10 años más tarde, 1999, sólo eran cinco, hoy en día sobreviven: Hipólita Espinoza Higuera (99 años), Leonor Farldow Espinoza (78 años), José Ochurte Espinoza (73 años), Eusebio Álvarez Espinoza (55 años) y Leonardo Maytorell (57 años).

“Se acabó. No hay hablantes”, dice Leonor, hija de una mujer kiliwa y padre texano. Ella participó en todos los programas que se elaboraron desde 1993 para salvar la lengua: diccionarios, libros de cuentos, acceder a todas las entrevistas con lingüistas interesados, documentales.

Se calculan entre 30 y 50 hablantes según la época del año, pero en esa junta de comedor de la comunidad a la que asistió, hay menos de 15. El propósito era la creación de una escuela primaria donde se enseñe 60% kiliwa y 40% español.

Pedían por lo menos 20 niños en edad de primaria, seis en preescolar y seis en secundaria para la construcción de la escuela. El conteo por parte de la única maestra que había generó un silencio en la sala: “Tenemos 12 en primaria, tres en preescolar y tres en edad de secundaria”. Para apresurar y no perder el interés de la comunidad, el encargado kiliwa, Elías, presentó un proyecto en el cual prometía 23 casas para personas que quisieran irse a vivir al Arroyo del León y dijo en voz alta: “Con uno [niño] de cada casa, ya la hicimos”. Después de la presentación aceptó que es difícil que la gente se vaya a vivir con los kiliwa porque “no hay de qué trabajar”.

Sobrevivir a la extinción es la batalla más grande a la que se han enfrentado los kiliwas desde sus inicios (6 mil años), cuando no había fronteras, ropa y mucho menos casas. La comunidad fue la única en oponerse a los dominicos en sus misiones en el siglo XIX en el estado, lo que costó ceder parte de su tierra, años más tarde fueron cooptados por estadounidenses que querían anexar parte de Baja California en la Revolución Mexicana, pelearon sin saber contra quien y perdieron muchos hombres.

José vive solo en Valle de la Trinidad, a unos 30 kilómetros de donde están los otros cuatro hablantes de kiliwa. Desde hace varios años vendió su ganado, alguna vez tuvo más de 100 vacas, y decidió irse a una casa donde pudiera descansar.

Para él no tenía sentido estar en un terreno grande si no tenía con quien cuidarlo, su hermano muerto y sin hijos, él no se veía más ahí. “Se me hace que mi lengua no sobrevivirá… ¿Quién va a enseñar para adelante? Porque nosotros ya estamos todos mayores…”, expresa José.

Los lingüistas dicen que dejar de hablar kiliwa quizá fue la mejor estrategia para que los indígenas tuvieran un trato digno, menos discriminatorio y respetuoso. Quizá le convenía al gobierno decir que no hay kiliwas para justificar la falta de apoyo y los despojos desde el siglo XIX, pero los kiliwas no deberían de ser presentados como: “sólo hay cinco”, sino “pese a todo, hay cinco”.

Para don José y doña Leonor es muy probable que muchos se olviden que alguna vez existió un grupo indígena que habló kiliwa.

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