La “nube” de escándalos sobre la administración del presidente Donald Trump crece, más negra y amenazante tras la esperada declaración del ex director del FBI, James Comey. Sin embargo, la investigación está lejos de concluir.

“No estamos cerca del fin de la investigación”, advirtió el senador republicano Richard Burr, líder del Comité de Inteligencia del Senado, a la salida de la audiencia.

No sólo este comité seguirá con su trabajo. Estados Unidos vive una esquizofrénica investigación del Rusiagate, con la Cámara de Representantes, el Senado, y un fiscal especial averiguando —cada uno por su lado— todo lo relativo al caso de la posible trama que buscó inmiscuirse en el proceso electoral de las presidenciales, y la posible coordinación en ese aspecto entre la campaña de Donald Trump y el Kremlin. Cada órgano investiga un hecho concreto y puede tener repercusiones diferentes.

El comité del Senado se centra, en concreto, en la posible influencia rusa en las elecciones, ya sea con ciberataques o “acciones directas”. Algo muy parecido está haciendo su homólogo en la Cámara Baja. El objetivo de ambos es hacer un reporte sobre qué pasó y cómo evitar que vuelva a suceder.

Para el fiscal general nombrado por el Departamento de Justicia, el caso es diferente. Robert Mueller se puso al frente de la investigación capitaneada por el FBI hace menos de un mes sobre la injerencia rusa y su objetivo es esclarecer qué pasó sin dejar ningún cabo suelto, incluyendo incluso ramificaciones políticas.

El FBI tiene capacidad de presentar cargos criminales en caso que descubra la existencia de delitos.

Mientras tanto, la investigación se prevé larga e intensa.

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