Santiago de Chile

Agustín Edwards Eastman fue continuador de una tradición empresarial, periodística y de compromiso público mantenida por cinco generaciones precedentes, e hizo honor a ella.

En el ámbito de la prensa encontró muy joven su vocación profesional, cuando su abuelo, Agustín Edwards MacClure, lo introdujo a la vida de este diario, a la que estuvo entrañablemente ligado por más de siete décadas. A la temprana muerte de su padre, Agustín Edwards Budge, debió asumir, a los 29 años, la responsabilidad de encabezar la dirección de la empresa familiar. Consolidó un espacio de independencia y respeto profesional en el que se han desempeñado cientos de periodistas.

Impulsor en la prensa de un espíritu de cambios, redobló la tradición de sus predecesores de adoptar las más avanzadas tecnologías de cada momento, y asumió las diferentes necesidades de profundización e interpretación de la noticia que los tiempos exigían. A su gestión se deben, por ejemplo, la circulación nacional de este diario en el mismo día de su publicación, pese a la compleja geografía chilena, desde la década de 1960; su complementación con una gama de revistas especializadas, que él mismo inició en 1966 con la Revista del Domingo, y la temprana introducción en sus páginas del color y de las fotos internacionales de transmisión instantánea.

Entusiasta de la innovación, impulsó los portales digitales, así como la televisión por cable en Chile. Sus numerosas iniciativas le valieron importantes reconocimientos, entre ellos el Premio Maria Moors Cabot, concedido por la Universidad de Columbia. Del mismo modo, fue activo partícipe y dirigente en distintas instancias de periodismo global, y llegó a presidir la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y el Grupo de Diarios de América (GDA), del cual fue uno de los fundadores.

Simultáneamente, desplegó una intensa vida empresarial y fue llamado a desempeñar altas funciones de dirección y consejo en compañías productivas, bancarias, de seguros y de transporte aéreo. Como todo emprendedor, tuvo éxitos y reveses, y su vida distó de ser apacible. En 1970, tras amenazas que alcanzaban a su familia, se radicó con su esposa e hijos en Estados Unidos.

Bajo la inspiración de ideas de libertad, en los años 60 creó el Centro de Estudios Socio-Económicos (Cesec), tal vez el primer think tank moderno en Chile y, en el ámbito externo, fue activo partícipe del Consejo Interamericano de Comercio y Producción, y del Council of the Americas.

Tras el secuestro de un hijo, en 1992, dio vida y encabezó por un cuarto de siglo la Fundación Paz Ciudadana, para incorporar a la sociedad en la búsqueda de soluciones técnicas al problema de la delincuencia. Ella cumplió un papel decisivo en la formulación de la reforma procesal penal que Chile esperaba por décadas.

Alarmado por las consecuencias sociales de la droga, impulsó distintas iniciativas de apoyo terapéutico e integración social de rehabilitados de adicciones. Asimismo, y siguiendo en esto la tradición de sus antepasados, destinó a la beneficencia generosos recursos con especial atención a los jóvenes más desfavorecidos.

Al encabezar el consejo directivo de la Universidad Federico Santa María, volcó allí su preocupación por la calidad de gestión en la alta educación técnica del país. Décadas más tarde, replicó ese mismo ánimo en la creación de la Fundación País Digital, para impulsar las tecnologías de información en Chile en todos los estratos sociales.

Inquieto por temperamento, nunca fue hombre de escritorio. “Multifacético, hosco en apariencia, pero muy ameno en confianza”. Así se lo describía en una de las escasísimas entrevistas a que accedió, con ocasión del centenario de El Mercurio de Santiago. Necesitaba la actividad personal directa, manifestada en variados planos, entre los que destacó su cultivo de la navegación, que lo llevó incluso a ser oficial de reserva de la Armada de Chile —un motivo de especial orgullo para él—, lo que aunó a su curiosidad de viajero incansable.

Hombre de amplia cultura, acompañado por su esposa, Malú del Río, impulsó incesantemente la divulgación cultural y recreacional masiva.

Su figura ha sido objeto de controversia. Las encrucijadas políticas en la década de 1960, las convulsiones en la de 1970 y los dolorosos desgarros posteriores —cuyas secuelas persisten hasta hoy— lo arrastraron a una figuración no buscada e incluso contraria a su carácter, que resumió —en una entrevista con Raquel Correa— diciendo: “La profesión de uno no está para ser centro. Uno está para observar y contar lo que hacen otros”.

Su legado periodístico resulta invaluable. Impregnó a sus diarios del sentido de servicio público, exigiéndoles que se conservaran ecuánimes, por encima de pasiones e intereses, e incluso por sobre las conveniencias de sus dueños, en la tradición más que secular de El Mercurio.

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