Decir la verdad no parece ser algo que desvele al nuevo presidente de Estados Unidos. Desde que Donald Trump asumió la presidencia, sus discursos han estado plagados de datos inexactos, cuando no simplemente de falsedades; y van desde su hiperbólica valoración de las elecciones presidenciales, su popularidad y el supuesto éxito de sus actos políticos, hasta la situación (inexistente) de emergencia causada por los inmigrantes en Suecia y el temor de los estadounidenses a viajar a París (a pesar del incremento de turistas norteamericanos a la ciudad gala en 2016).

El flamante presidente se autoasigna (también con los hechos en contra) el don de la sinceridad y de ser el único político que ha cumplido con sus promesas y hacer en pocos días lo que nadie hizo nunca.

¿Por qué miente Donald Trump? La mentira en política tiene una larga historia. En la antigüedad, Platón justificó las “mentiras nobles” cuando el gobernante afirma algo falso para producir un bien a su pueblo. La mentira noble se justifica, como el viaje de los Reyes Magos cada enero, para poder dar a los niños mágicos regalos. Es un tipo de mentira basada en el paternalismo y donde los ciudadanos son considerados como infantes que son desinformados para recibir bienes de sus gobernantes.

En el Renacimiento, la mentira se justificó como “ necesidad del gobernante” para sobrevivir políticamente. Así, en El Príncipe Maquiavelo afirmó: “Los hombres son tan simples y se someten a tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre a quien se deje engañar”. La justificación descarnada de la mentira en función del poderoso, y por ende la separación entre ética y política, convirtió a Maquiavelo en un autor maldito al que se le resume con la frase (que por cierto nunca escribió): “El fin justifica los medios”.

Donald Trump no miente para salvarse ni para proteger a nadie. Su última conferencia de prensa tuvo como eje la crítica al comportamiento de los periodistas y de los medios de comunicación. Es claro que no se trató de un comportamiento improvisado, sino de una estrategia meditada. ¿Que obtiene el empresario presidente con su errática afirmación de hechos falsos?

En primer lugar, desensibilizar a la sociedad. Piénsese simplemente que Bill Clinton se arriesgó al impeachment por haber mentido sobre su relación con Mónica Lewinsky, mientras que Donald Trump no sólo miente, sino que exhibe sus mentiras constantemente, y (entre sus mentiras) afirma que los medios mienten, sin tener ninguna consecuencia política.

En segundo lugar, sus afirmaciones están dirigidas principalmente a sus seguidores, que si mantienen (como está ocurriendo) fidelidad con su líder, terminarán percibiendo como enemigos de EU a los principales medios independientes.

El presidente republicano acusa a la prensa de deshonestidad y hasta de ser “el enemigo del pueblo estadounidense”, por lo que el prestigioso The New York Times o la mayor cadena internacional, CNN, están siendo excluidos de sus conferencias de prensa.

La práctica de la mentira y el ataque a quienes informan son caras de la misma moneda. Pero en ambas actitudes se expresa una posición más subversiva y radical: el relativismo de la verdad. El intento de mostrar que la verdad no existe y que toda afirmación de la prensa está en función de intereses corporativos tiene el propósito de reforzar su idea de que el sistema político está corrompido. Por ello, en tercer lugar, la razón más importante: Trump miente para cambiar el orden político.

La mentira en el distópico presidente, es un acto de deslealtad con la democracia liberal de masas. Partiendo del cinismo, critica al régimen político y reivindica su derecho a cambiarlo o, en palabras de su asesor Steve Bannon (recordando las peores experiencias autoritarias de Europa), a “desmontar el sistema”. Poner en discusión desde el gobierno la idea de verdad independiente es abrir el camino a la legitimación del uso de la mentira en el poder, y por ende a la justificación de acciones sin escrúpulos. Llegados a este punto, el autoritarismo sólo queda a un corto paso.

En el siglo XX la mentira en la política produjo las horrendas pesadillas del totalitarismo. Baste mencionar la célebre novela distópica sobre el control político total de George Orwell, 1984, para presentar los tenebrosos frutos que da el poder cuando se apodera de la verdad. Después de angustiosos avatares, el protagonista de la historia, Winston Smith, termina sometido a tortura por parte del totalitario O’Brian. El interrogatorio es aparentemente banal: se le pregunta: “¿Cuánto es dos más dos?” a lo que Winston responde “cuatro”; la tortura seguirá hasta que Winston, exhausto, afirme que puede ser “cinco” y a veces “tres” o “todo simultáneamente”. La lección de O’Brian a Smith es tenebrosa: la verdad no está regida por las leyes de la ciencia, sino por la voluntad del poder. Por ello, para Winston “la libertad es poder decir libremente que dos más dos es cuatro”.

¿En el siglo XXI será acaso la mentira en política (con sus implicaciones) el dardo, ya no externo, sino interno, que aceche a la democracia estadounidense? Trump requiere para el “desmontaje del sistema”, aumentar la cohesión nacional y un gran apoyo popular interno: un desafío difícil, pero no imposible. Ello puede intentarse con el clásico recurso de atemorizar a la población, creando amenazas externas que justifiquen la guerra.

¿Cuánto son fuertes las instituciones en Estados Unidos para resistir el ataque de su presidente numero 45? O de modo complementario, ¿cuánto puede Trump subvertir la democracia estadounidense? Parecen preguntas ingenuas cuando se piensa que estamos ante (no sólo) una de las primeras democracias modernas, sino aquella donde la identidad nacional y la ideología democrática se funden como en ningún otro lado. Pero las novedades existen en política y la historia está llena de hechos imprevistos. La realidad no espera a contar con antecedentes para existir.

Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Florencia, Italia

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