Embajador ruso en Washington desde 2008, Sergey Kislyak, se ha convertido en el corazón del escándalo que sacude al gobierno de Donald Trump después de que salieran a la luz sus contactos con miembros del equipo del actual mandatario.

El papel de Kislyak —cuya experiencia política se remonta a la era soviética—, en la presunta injerencia del Kremlin en las elecciones del pasado noviembre se revela cada vez más protagonista. Kislyak ya estaba en Washington cuando el Buró Federal de Investigaciones (FBI) detuvo a 10 personas en 2010 acusadas de espiar en suelo estadounidense para el gobierno ruso. Dirigió las relaciones durante todo el gobierno de Barack Obama y ayudó a negociar el acuerdo para sacar las armas químicas de Siria.

Pero el pasado otoño, hasta 35 miembros del personal de Kislyak fueron expulsados por Obama, después de que las agencias de inteligencia del país corroboraran que Rusia se esforzó para influir en los resultados presidenciales que concluyeron con la victoria de Trump.

Kislyak, un hombre corpulento de 66 años, alérgico a hablar en público, se graduó como ingeniero y en los años de la guerra fría, en los 80, trabajó para el gobierno ruso en Naciones Unidas, en Nueva York. Sin embargo, medios como CNN lo han calificado de “reclutador en jefe de espías” en Washington para el servicio ruso de inteligencia en el exterior (SVR).

El Kremlin rechazó la versión y ayer señaló también no estar al tanto de los supuestos contactos de su embajador con Jeff Sessions, el actual fiscal general, cuando era senador y asesor de la campaña de Trump. Sin embargo, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, subrayó que “el trabajo del embajador es tener la mayor cantidad de encuentros posibles, incluso con los representantes del poder Ejecutivo y Legislativo del país”.

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