Sumido en una tragedia permanente, el pueblo de Haití ha respondido fiel —durante siglos— al llamado de sus ancestros. “Tened la piel curtida”, clama entre sus estrofas La Dessalinienne, el himno nacional de este país. Y los haitianos no sólo tienen curtida la piel, también el alma, ante desastres naturales que a cada tanto le arrancan la belleza a la isla caribeña, la más pobre de América Latina.

Sólo han pasado seis años desde que el terremoto de 2010 sacudió Puerto Príncipe y ocasionó la muerte de 300 mil personas, además de reducir a ruinas la capital del país. Aún no superada esa catástrofe, otra desgracia trajo el huracán Matthew: devastó la mitad de la nación, es decir cinco de los 10 departamentos (provincias) de la región sur, sumando hasta el momento 573 muertos, 75 desaparecidos, 120 mil familias damnificadas, casos de cólera, falta de agua y una amenaza inminente de hambruna.

Si el terremoto del 12 de enero de 2010 dejó la mayor cantidad de muertos en la historia de Haití, la devastación de Matthew abarcó un mayor grado de damnificados en una extensión más amplia de territorio, pues fueron cinco departamentos (Sur, Sureste, Artibonite, Nippes y Grand Anse) desde la costa sur, pasando por las montañas, hasta la costa suroeste.

Por más de 10 horas, vientos de más de 200 kilómetros por hora golpearon a la población, que un día antes fue alertada por la llegada de Matthew. El poder del huracán categoría cuatro es visible desde Petit Goave; de ahí, los daños son cada vez peores, al grado de que ayuntamientos costeros como Jérémie y Tiburón, este último es el más afectado de todos, quedaron reducidos a nada.

Hace seis años el terremoto de magnitud 7.0 aturdió a Haití; ahora, el ciclón terminó por derribar a la isla, provocando una crisis humanitaria. El país no se puede levantar de los golpes tremendos de la naturaleza. Desde 2010, los escombros de edificios derrumbados en Puerto Príncipe, siguen ahí, a la espera de una remodelación; los inmuebles que albergaban a mercaderes lucen cerrados, pues en cualquier momento pueden colapsar, por lo que los comerciantes han tomado las calles para vender sus productos.

Algunos otros edificios fueron olvidados tras el terremoto, lucen tan desalineados que dejan sin vida al corazón del país. La población se ha extendido a las afueras de Puerto Príncipe, tomando cerros y terrenos abiertos; algunos siguen en campamentos provisionales, ocasionando más personas en pobreza extrema, quienes sobreviven con apenas un dólar diario.

Un proyecto para levantar la capital de Haití fue lanzado hace algunos años, pero el gobierno sólo construyó algunos “elefantes blancos” que lucen vacíos, como el Triomphe (Triunfal), que sería la sede del único cine en el país y también serviría como una gran sala de espectáculos, pero lo único que funciona es su estacionamiento, que es ocupado por trabajadores de gobierno.

La historia de la tragedia por catástrofes naturales se repite en un país donde 58% de sus 10.7 millones de habitantes vive debajo de la línea de pobreza nacional, según cifras del Banco Mundial (BM). Desde la capital, cada poblado muestra la pobreza de su gente.

Padecen hambre

Desde hace 50 años, un huracán no golpeaba a la isla con vientos de más de 200 kilómetros por hora. En 1963, el huracán Flora, también categoría cuatro, entró de lleno y se contabilizaron hasta 8 mil víctimas en Haití y República Dominicana. En 1953 el ciclón Hazel trazó una trayectoria semejante a la que hizo Matthew, el 3 de octubre, hacia el sur de Haití, provocando la muerte de unas 400 personas.

Tras el ciclón que aplastó el sur de Haití, los escombros llenan las calles haciéndolas menos transitables, ocasionando que la ayuda humanitaria sea insuficiente para apalear el hambre y la necesidad de los que han sobrevivido a la temible devastación.

Uno de los riesgos temidos por las autoridades es que sus habitantes caigan en hambruna, toda vez que la parte sur es la encargada de abastecer con comida a casi todo Haití, situación que será complicada porque los sembradíos de plátano, maíz, arroz, café y cacao, entre otros, quedaron devastados.

En algunos poblados la desesperación se apodera de la gente, por lo que se han registrado ataques a grupos altruistas extranjeros con apoyos. En algunos casos, la Policía Nacional, con la ayuda de los Cascos Azules y de la Armada Real de Holanda, acompañan a los convoyes para evitar saqueos y para cerciorarse de que la distribución sea equitativa.

Cólera, en aumento

Semejante a lo que vivió Haití con el terremoto de 2010, los casos de cólera van en aumento tras el paso de Ma-
tthew
. Ante la falta de agua potable, letrinas, el desbordamiento de ríos, el agua estancada que al paso de los días se convirtió en putrefacta y el consumo de alimentos insalubres, la epidemia se ha propagado de manera desmedida.

En Chardonniéres y Les Angleis, en la costa sur, se registran muertos a causa de cólera, por lo que la organización internacional Samaritan’s Purse instaló un campamento en el que se atiende a los contagiados. Ahí, se logró detener el número de muertos.

En el hospital San Antonio de Jérémie, al suroeste de la isla, las personas abarrotan sus instalaciones, no hay camas suficientes para atender a quienes llegan en estado avanzado de la enfermedad. Algunos han pasado más de tres días con fuerte diarrea y vómito.

Las autoridades indican que después de los problemas con el ciclón, se ha desatado el cólera y lo único que puede hacer el Ministerio de Salud es repartir pastillas de cloro para limpiar el agua. Arribaron médicos cubanos, venezolanos y estadounidenses para curar a los enfermos graves y cuidar a los más vulnerables (niños, ancianos y embarazadas). Las centrales médicas son Jérémie y Les Cayes, además del campamento en Chardonniéres, donde a diario llegan entre 10 y 20 contagiados.

Ante la desgracia que por años ha desatado el capricho de la naturaleza, los haitianos siguen fieles al llamado de su himno y tienen la piel curtida, pero también han sabido que “morir es bello, por la bandera y por la patria”.

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