Bogotá.— Cuando el teniente coronel Luis Mendieta Ovalle fue secuestrado el 1 de noviembre de 1998 con otros 60 efectivos por las guerrilleras Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en un mortal ataque de más de 2 mil rebeldes a Mitú, pueblo suroriental colombiano, tenía 41 años, era comandante policial y sus hijos gozaban días de adolescencia y aventuras colegiales: José Luis iba a cumplir 14 y Jenny tenía 12.

Ascendido a brigadier general en 2009, fue liberado el 13 de junio de 2010 —el día que cumplió 53 años— en un operativo del ejército en el suroriente tras 11 años, 7 meses y 13 días de secuestro. Sin olvidar a policías, soldados y civiles que murieron aquel día de 1998, regresó a la libertad convertido, según su recuento, en el militar de alta graduación con más tiempo como rehén de una guerrilla en todo el mundo y en el oficial castrense colombiano en activo de mayor rango que las FARC secuestraron en más de 52 años de guerra en Colombia.

Al ser liberado, José Luis ya tenía casi 26 y Jenny casi 24.

“Me perdí su tiempo de estudio en secundaria y universidad”, lamentó Mendieta, ahora mayor general en retiro, en una entrevista con EL UNIVERSAL. “Cuando fui rescatado, él ya era abogado y la niña ya era veterinaria. Por algunos mensajes estando secuestrado me enteré de sus estudios pero luego estuve incomunicado con otros rehenes y nunca supe que terminaron sus carreras”, contó. Mendieta describió múltiples actos de agresión que soportó en cautiverio en la jungla colombiana y aunque padece las huellas de esos hechos, la separación a la fuerza de su familia por tanto tiempo le duele más y nunca dejará de atormentarlo. “La familia es torturada por una situación de estas”, dijo.

“Sufrimos tratos crueles, inhumanos, degradantes, torturas al caminar permanentemente todos esos años por la selva, con toda clase de enfermedades, atados con cadenas y candados a árboles, encerrados en jaulas como las de la Segunda Guerra Mundial en campos de concentración, aquí a menor escala. Jaulas rodeadas con malla y alambre”, narró.

Desasosiego. Casado con la colombiana María Teresa Paredes, madre de sus hijos, el general, como se le conoce, explicó que “todavía me sueño secuestrado, con las cadenas con los candados, amarrado a los árboles y mi esposa es la que me despierta de esas pesadillas por esos crímenes de lesa humanidad. Las secuelas quedan de por vida”.

Y expuso: “Fueron casi 12 años totalmente perdidos. No se compensan ni recuperan. Estos seis años en libertad han sido una tragedia porque las secuelas físicas y síquicas quedan. Volver al escenario familiar y a la vida nacional tiene complicaciones. Por el secuestro quedaron secuelas muy profundas por el aislamiento, esa crueldad y esa tortura de haber sido rehén. Cuesta reintegrarse”.

Obligado al retiro hace casi cuatro años, se dedica a estudiar derechos humanos, paz y seguridad. Por eso, siguió las negociaciones de noviembre de 2012 a agosto de 2016 en Cuba entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las FARC, que remataron con la firma de un acuerdo de paz el pasado lunes en Cartagena de Indias, en el Caribe colombiano.

El pacto debe ser ratificado o rechazado por los colombianos en un plebiscito el próximo domingo. Fiel a su disciplina, el general, ya de 59 años, anunció que se mantendrá neutral aunque acudió en 2014 a las pláticas en La Habana junto a numerosas víctimas del conflicto bélico.

También presenció como invitado en Cartagena cuando el comandante en jefe de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, en un mensaje tras firmar el pacto, ofreció perdón por “todo el dolor” que esa guerrilla pudo ocasionar en la guerra. Este diario le preguntó si cree en el perdón de las FARC.

“No pidieron, ofrecieron perdón. Ellos son los todopoderosos que están concediendo un perdón cuando debía ser lo contrario: pedir perdón por los hechos cometidos para que quienes fueron afectados lo otorguen”, alegó.

“Él [Londoño] en ese momento al ofrecerlo está como concediéndolo. Es decir, que al público al que él se dirige [en Cartagena] es como si ese público hubiese sido el que le hubiese causado a él y sobre todo a la organización (FARC) un perjuicio o un daño. Soy partidario de perdón a las nuevas juventudes porque no les hemos entregado un país en paz. Les hemos entregado un país en violencia, inseguro, intranquilo”, reprochó.

Por eso, alertó de vacíos del tratado en justicia, impunidad y narcotráfico: “El acuerdo es frágil, porque aunque es fuerte y tiene apoyo de mucha gente, se puede romper en cualquier momento por su fragilidad”.

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