La salud del ex presidente Shimon Peres, el último de los fundadores del Estado de Israel con vida, se deterioró en estos meses.

El 13 de septiembre pasado el también exprimer ministro sufrió un derrame cerebral. Justo ese día se cumplían 23 años de la firma de los llamados Acuerdos de Oslo en los jardines de la Casa Blanca.

La imagen se mantiene congelada en el tiempo: Itzjak Rabin y Yasser Arafat se dan la mano arropados por un entusiasmado Bill Clinton. Fue Peres, entonces ministro de Asuntos Exteriores, artífice de las negociaciones secretas que significaron en 1993 el reconocimiento mutuo entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) e Israel. Se ponía en marcha la Declaración de Principios que vislumbraba un proceso de cinco años que intuía un Estado palestino independiente en los territorios ocupados por Israel desde 1967. Ese histórico apretón de manos supondría el principio del fin al conflicto armado entre israelíes y palestinos. Ese momento le concedía a Peres el Premio Nobel de la Paz que en 1994 recibiría junto con Arafat y Rabin.

En su libro El nuevo Medio Oriente (1993), Peres señalaba que la integración y cooperación económica eran fundamentales para lograr la paz y seguridad regionales, promover la democracia y combatir la pobreza. Antes habría que resolver el conflicto palestino-israelí. Bajo el lema de que “la paz se hace con los enemigos”, Oslo fue la punta de lanza de una visión que reivindicaba a Peres como uno de los estadistas que apuntalaban los albores del siglo XXI. Paradójicamente, y a pesar de estar convencido del diálogo directo con la OLP, la postura de Peres respecto a una Palestina independiente fue consistentemente tibia y dubitativa (Shlaim, 2000). Aun después del fracaso de las negociaciones entre israelíes y palestinos tras el asesinato de Rabin —y las promesas incumplidas por ambas partes— insistió en la necesidad de la cooperación regional. En este mismo diario Peres escribía en 2007 que “el camino a la estabilización de Medio Oriente todavía se impone a través de proyectos económicos conjuntos”.

Shimon Peres se retiró en 2014 de una multifacética carrera política de 66 años. En sus inicios, siendo director general del Ministerio de Defensa, se convirtió en pilar del programa nuclear israelí. En la década de los 50 negoció con Francia el suministro de tecnología para la construcción del polémico reactor de Dimona, lo que significó una importante ventaja militar y disuasiva para Israel.

En 1959 ocupó por primera vez un escaño en el parlamento israelí, lugar que abandonó hasta 2007 cuando fue elegido presidente. A lo largo de esos años rivalizó con Rabin por el liderazgo del Partido Laborista; Oslo permitió limar muchas asperezas acumuladas en su relación personal. Peres fungió dos veces como primer ministro en situaciones especiales. En 1984 la alianza laborista ganó las elecciones pero no logró formar una coalición de mayoría, por lo que negoció con el derechista Likud un gobierno de “unidad nacional” que paralizó la política israelí durante cuatro años.

La segunda ocasión fue en 1995 como sucesor de Rabin. Peres decidió convocar a elecciones adelantadas para refrendar las negociaciones con los palestinos. Un mal cálculo lo envió de nueva cuenta a la oposición: la autorización para asesinar a Yahya Ayyash, “el ingeniero”, un cuadro menor de Hamas responsable de varios atentados terroristas que pretendían vengar la masacre de Hebrón perpetrada por un extremista judío en 1994. Hamas reaccionó con una nueva ola de ataques terroristas en territorio israelí. La ola de violencia previa a las elecciones de 1996 se extendió a El Líbano cuando Peres lanzó la operación “Uvas de la Ira” para hacer frente a Hezbolá. La guerra como instrumento político no impidió que Benjamin Netanyahu, contrario a las negociaciones con Arafat, encabezara su primer gobierno.

Peres fue un político pragmático. En 2001, siendo una vez más líder del laborismo, se alió al gobierno derechista de Ariel Sharon donde fungió como canciller. Relegado por cuadros emergentes, en 2005 abandonó al partido Laborista y se unió a Sharon en un nuevo partido: Kadima. Secundó a Sharon en su controvertida decisión de retirarse unilateralmente de Gaza, acción que fortaleció a Hamas en ese territorio. No fue la primera vez que Peres dejaba al laborismo para mantener su estatura política. En esta ocasión su salida acabaría por desdibujar a la izquierda israelí frente a una creciente ola de partidos religiosos y de ultraderecha que se oponen a un acuerdo con los palestinos.

Como presidente rompió con la formalidad ceremonial del puesto. Oró por la paz junto con Mahmud Abbas invitados al Vaticano por el papa Francisco. También fue el primer presidente en visitar Kfar Kassem y pedir perdón por la matanza en 1956 de civiles palestinos. Rechazó públicamente los planes de Netanyahu para frenar militarmente la amenaza nuclear iraní. Calificó los asentamientos judíos en los territorios palestinos ocupados como un obstáculo para la paz, colonización que a mediados de los 70 había impulsado en Cisjordania para fortalecer su posición frente a Rabin. No exenta de paradojas, la vida política de Peres marcó muchos de los dilemas que aún enfrenta el Estado de Israel.

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