Noviembre del 2014. Una escuela en el estado de Yobe, Nigeria. La asamblea en el patio reúne a cientos de estudiantes y profesores del colegio. Un niño vestido igual que todos los demás se hace explotar. Cuarenta y siete estudiantes mueren. Decenas de heridos. Junio, 2015. Kano, Nigeria. Un mercado. Una niña de 12 años se mezcla entre las personas que compran sus víveres. Detona los explosivos que porta y, además de morir, mata a otras10 personas. Un día antes, en un incidente similar en el estado de Borno, también Nigeria, una niña de 17 años se hace explotar en una estación de autobuses llevándose con ella la vida de otras 20 personas e hiriendo a 50. Un reporte de la UNICEF publicado este mes indica que el uso de niñas y niños para cometer atentados suicidas por parte de Boko Haram, un grupo terrorista nigeriano, subió 10 veces en sólo un año. Según Amnistía Internacional, esta organización ha capturado a alrededor de 2 mil niñas y niños para ser utilizados como esclavos, como combatientes o como atacantes suicidas, sumando 44 atentados de esta naturaleza sólo en Nigeria y otro tanto en países vecinos. En 75% de estos ataques, el grupo utiliza niñas. Estos pequeños no son perpetradores; son víctimas, dice la UNICEF. Explico por qué.

A lo largo de la historia, los niños han sido utilizados de muy distintas maneras para combatir dentro de las guerras. De acuerdo con Human Rights Watch, en ocasiones los niños son empleados para funciones logísticas o de apoyo, como espías, mensajeros o incluso como escudos humanos. En otras ocasiones los niños han sido entrenados para desempeñar labores directas como soldados. Aunque los números precisos son difíciles de determinar, según esta organización son más de 300 mil niños los que actualmente se usan para desempeñar distintas funciones dentro de guerras en prácticamente todas las regiones del mundo, desde Sudán o Malí, hasta Colombia, Filipinas o Paquistán. Sin embargo, lo que está haciendo Boko Haram es distinto, y constituye un alarmante fenómeno relativamente reciente: el uso de infantes como atacantes suicidas.

Hay una amplia literatura que busca comprender el fenómeno de los ataques suicidas dentro del terrorismo (vg. Bongar et al, 2007; Borum, 2004; Moghaddam, 2007; Ness, 2005; Naaman, 2007). De acuerdo con la investigación, los atacantes suicidas, hasta hace un tiempo, eran tradicionalmente varones, regularmente de entre 18 y 40 años, quienes habían pasado por un complejo proceso de radicalización. Este proceso incluye, además de percepciones individuales y cuestiones relacionadas con la propia experiencia o vida de cada persona, el contacto y desarrollo de una profunda relación con y/o adoctrinamiento a manos de líderes, mentores, grupos pequeños u organizaciones mayores.

Justamente, a partir de la elaboración de “perfiles” del “típico” atacante suicida, y el empleo de esos perfiles por parte de las agencias diversas de seguridad para desactivar atentados, desde hace algunos años y más concretamente en la década pasada, algunos grupos terroristas empiezan a utilizar a mujeres para cometer este tipo de ataques. Desde Líbano hasta Chechenia, Turquía o en la segunda Intifada palestina, el uso de mujeres para perpetrar ataques suicidas fue incrementando con los años. De acuerdo con Ness (2005), la utilización de mujeres para estos atentados resulta muy eficaz puesto que, gracias a estereotipos que tenemos formados, pocas personas, si acaso, esperan que sean ellas y no varones las que se harán explotar. Eso les aporta el factor sorpresa, les permite a veces esquivar revisiones o esconder artefactos explosivos. Adicionalmente, dentro de algunas de las organizaciones que las reclutan, la imagen de la atacante suicida es tradicionalmente aprovechada para reclutar a nuevas potenciales mártires. Por ejemplo, está el caso de Hanadi Jaradat, la “Novia de Haifa”, una atacante que se hizo explotar en un restaurante de aquella ciudad israelí en 2003, y se convirtió en un símbolo para la lucha palestina durante la llamada Intifada Al-Aqsa. Pero para que esto suceda, nuevamente, tiene que operar un proceso de radicalización en el que intervienen tanto los factores personales arriba mencionados, como el contacto y adoctrinamiento de alguna organización.

Lo de Boko Haram -el grupo que más infantes y mujeres ha utilizado como atacantes suicidas en toda la historia- es diferente porque en este caso, no se trata de mártires radicalizados e inspirados por su causa, o convencidos del bien moral que su ataque significa. Los niños, niñas y mujeres utilizadas por Boko Haram son bombas, objetos, “cosas” para matar. Algunos de estos infantes son forzados o drogados para cometer los ataques. Pero a veces es incluso más complejo. Como es documentado hace unos días por un reportaje de CNN, muchas veces las propias niñas se proponen como voluntarias para cometer los atentados. Han sido violadas y maltratadas en tantas ocasiones, que ofrecen sus vidas no para entrar en un martirio divino, sino para salir del que viven a diario. O para, de pronto, como ha llegado a suceder, poder hacerse notar mediante una palabra o una señal a un policía o a algún transeúnte y acaso ser rescatadas antes de cometer el ataque.

Según el Índice Global de Terrorismo, durante 2014, Boko Haram fue la agrupación terrorista más violenta del mundo. Afortunadamente, el gobierno nigeriano ha sido capaz de arrebatar a esta organización una buena parte del territorio que controlaba. Sin embargo, si la paz es algo más profundo que únicamente la ausencia de violencia, entonces Boko Haram sigue teniendo enorme capacidad de daño pues sus actos golpean lo más hondo del ADN de la paz: el tejido social. Al convertir a sus víctimas infantiles en perpetradores de ataques suicidas, Boko Haram no sólo infunde en la sociedad el miedo a la organización terrorista y a ISIS (siglas en inglés del Estado Islámico), del que es afiliada. Boko Haram consigue que la sociedad tenga temor de los niños, que la gente les huya o les mire con sospecha. Y cuando las niñas y los niños son “objetos” para el terror, eso es algo que no sólo debe importar a Nigeria, sino a todas y todos los que habitamos este planeta.

Analista internacional

Twitter: @maurimm

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