Hace no mucho el presidente Barack Obama aseguraba que la crisis en Grecia difícilmente arrastraría a Estados Unidos. Es decir, que el hipotético colapso de Atenas y su salida de la zona euro, impactaría a la economía de Europa pero no a la economía estadounidense de más de 17 billones de dólares se vendría a pique.

En un mundo tan interconectado, es difícil que la predicción de Obama se pueda tomar al pie de la letra. Quizá por ello, en el curso de las últimas semanas y en el curso de las próximas horas, el presidente de Estados Unidos ha mantenido un continuo contacto con la canciller alemana, Angela Merkel y con el presidente de Francia, Francois Hollande, quien hoy mismo se volverán a reunir para valorar las próximas acciones frente a Grecia.

Pero lo que si es un hecho es que la economía de Estados Unidos, lo mismo que las economías de América Latina, difícilmente se verán arrastradas bajo la lógica del dominó. Las fortalezas de la economía estadounidense y las lecciones aprendidas por los Latinoamericanos durante las recurrentes crisis de los 80 y los 90 los han hecho más resistentes a los golpes o a los riesgos de contagio de las crisis financieras internacionales.

Pero, como suele ocurrir, la solución a las crisis en el ámbito de la geopolítica no son tan fáciles de contener. De hecho, pasan por la resolución de varios escenarios. En el caso de Grecia, Estados Unidos no sólo se mantiene a la expectativa del frente financiero, que deberán acometer los socios de la zona euro. Sino, además, al futuro de Grecia en el seno de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Para nadie es un secreto que desde Rusia, Vladimir Putin, se ha frotado las manos mientras disfruta el espectáculo de la crisis en Grecia. Un escenario que le ha permitido sostener que la Unión Europea es hoy un gigante con los pies de barro para desalentar así a todas aquellas naciones que, como Ucrania, han decidido unirse al club de la zona euro con la esperanza de escapar de las garras de influencia de Moscú.

En el curso de las últimas semanas, esta posición de Vladimir Putin ha permitido al primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras, coquetear con la posibilidad de un nuevo acercamiento entre Moscú y Atenas en detrimento no sólo de la zona euro, sino de la OTAN.

La puesta en escena, para que Vladimir Putin pueda demostrar que la Unión Europea está en declive, ha tenido así en Tsipras a un gran aliado.

El chantaje de Grecia a sus socios europeos difícilmente puede llegar a buen puerto. Menos aún con Estados Unidos que considera a Grecia poco más que una nación plataforma de sus bases aéreas en la zona del Mediterráneo a las que podría reemplazar sin ningún problema desde Italia o España.

Por todo esto, si bien es cierto que el presidente Obama mantiene la mirada puesta en la crisis en Grecia, tampoco le roba el sueño. De hecho, la atención del presidente de Estados Unidos se mantiene fija en las negociaciones del programa nuclear con Irán en Viena. Tras las declaraciones del Secretario de Estado, John Kerry, en el sentido de que el resultado es incierto, desde la Casa Blanca se cruzan los dedos mientras esperan que el régimen de Teherán deje de deslizarse hacia posiciones extremas que colocarían a Obama ante la disyuntiva de renunciar a un tratado que no sólo garantizaría paz y estabilidad en Oriente Medio, sino que le permitiría a Obama cosechar un nuevo logro histórico.

Por supuesto, en contra de esta posibilidad los líderes del partido republicano que han hecho alianza con el primer ministro e Israel, Benjamin Netanyahu, un líder político que seguramente pasará a la historia como uno de los grandes enemigos de Barack Obama.

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