La adopción del euro en Grecia se ha convertido en una tragicomedia desde el mismo momento en el que el país declaró su intención de formar parte del club del euro. Hay que recordar que el euro entró en vigor el 1 de enero de 1999 para 11 de los 15 países que formaban la Unión Europea (UE) en aquel momento.

Entre estos 11 países no se encontraba Grecia, que no pudo cumplir en fecha y en hora los requisitos de estabilidad fiscal y económica a que el Tratado de Maastricht obligaba a los países que adoptaban la moneda común. Finalmente, Grecia volvió a presentar su examen de acceso al euro y, pese a seguir sin cumplir ninguno de los requisitos, pero gracias a la presión geopolítica de Estados Unidos, adoptó el euro el 1 de enero de 2001.

A pesar de esto, se esperaba que una vez dentro de la zona euro, el país pusiera en orden sus finanzas públicas, presionado por la necesidad de tener que cumplir y respetar los parámetros de deuda y déficit públicos establecidos en el llamado Pacto de Estabilidad y Crecimiento (Stability and Growth Pact), de obligado cumplimiento para los países de la zona euro. Este pacto establece que un país debe mantener su déficit público por debajo del 3% y su deuda pública por debajo del 60% del Producto Interno Bruto (PIB).

Sin embargo, ninguno de los gobiernos se esmeró en respetar este pacto, con el resultado de que en mayo de 2010 Grecia se vio obligada a desvelar al mundo que la deuda del país superaría los 350 mil millones de euros en 2014, lo que equivalía a una deuda del 170% de su PIB.

El problema actual se fraguó durante las legislaturas de los gobiernos griegos entre 2002 y 2009 que reportaban cifras sobre el déficit y la deuda pública griega que no eran reales. Tras la victoria del candidato socialista Yorgos Papandreu en las elecciones de 2009 y la auditoría de las cuentas públicas realizada por el nuevo gobierno, se puso de manifiesto no sólo el desfase de la deuda pública sino también que el déficit griego no era del 4% del PIB reportado por el gobierno saliente del primer ministro Konstantinos Alexandrou Karamanlis, sino de casi 13% del PIB, lo que levantó todo tipo de alarmas. Curiosamente este maquillaje de cifras se produjo por años gracias a que los gobiernos utilizaron complejas estructuras financieras ofrecidas por Goldman Sachs para emitir deuda en otras divisas diferentes al euro.

Datos clave

Primer episodio

El primer episodio de esta tragicomedia griega se cerraba en mayo de 2010, cuando el país no podía soportar más el duro peso de un desbalance económico tan brutal y pidió ayuda a los socios comunitarios.

En este momento entró en escena la famosa Troika —Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Europea y el Banco Central Europeo— con sus dos planes de ayuda económica por valor de unos 230 mil millones de euros a cambio de reformas estructurales que llevaran al país a una senda de crecimiento económico y reducción del déficit y deuda pública.

Esta receta de reformas estructurales y saneamiento de cuentas públicas fue la misma que se le pidió a otros países de la zona euro con los mismos problemas que Grecia, aunque en menor cuantía, como Irlanda y Portugal; países que al día de hoy han vuelto al crecimiento económico y a la senda de la prosperidad económica y, sobre todo, bienestar social. Este resultado divergente hace preguntar si el problema en el caso de Grecia fue que estas medidas no eran las correctas, como en el caso de Portugal o Irlanda, o si lo que falló fue la implementación de las mismas.

Sin embargo, con la ayuda económica y las reformas llegó una brutal recesión al país y una crisis humanitaria debido a un alto desempleo y a una fuga de talento que empobreció aún más a Grecia. Esto trajo un malestar en la sociedad que identificaba los males económicos con las medidas impuestas por Bruselas.

En este ambiente se realizaron las elecciones del 25 de enero de 2015, abriéndose el segundo episodio de esta tragicomedia griega con la llegada al poder de la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) —cuya campaña prometía acabar con los planes de austeridad de Bruselas—, apoyada por los Griegos Independientes. En el momento que se instauró el nuevo gobierno y Alexis Tsipras se convirtió en el primer ministro de Grecia empezaron los problemas entre el país heleno y Bruselas, ya que Grecia declaró que su deuda era ilegal, ilegítima y odiosa y que la Troika eran tres instituciones usureras en una campaña contra el bienestar del pueblo griego. Ante afirmaciones similares y semejantes, Bruselas se negó a entregar el último tramo del segundo rescate esperado de 7.2 mil millones de euros a no ser que el nuevo gobierno mostrara un claro compromiso de que iba a continuar con las reformas necesarias para que el país continuara en la senda de la mejora de sus finanzas públicas.

En concreto, se le pedía al nuevo gobierno que aceptara implementar ciertas reformas necesarias en cuestión de superávit primario, impuesto al valor agregado (IVA), pensiones, mercado laboral, recaudación de impuestos y privatizaciones. Seis caballos de batalla que hasta ahora sólo han conseguido que las negociaciones se rompieran y el primer ministro convocara al país a votar en un referéndum —de debatida legalidad en el fondo y la forma— sobre si el pueblo griego quiere o no que el gobierno implemente las reformas pedidas por Bruselas en estas materias.

Este segundo capítulo de la tragicomedia griega se cierra con el impasse político que acarrea el resultado del referéndum en el que a la ciudadanía se le preguntó si quiere “ser o no ser” parte de la zona euro.

Doctora en Relaciones Internacionales, profesora de Economía de la Universidad de Miami y autora del libro “The Euro in the 21st Century”

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