Por ironías de la historia, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba se producirá este lunes en un acto de enorme simbolismo que marcará el fin de una era de desencuentro sin vencedores, ni vencidos.

En el momento en que la bandera de Cuba sea izada en el mástil que ha permanecido huérfano en los jardines de la embajada, en el 2630 de la calle 16 de esta ciudad, los representantes de ambos gobiernos darán la bienvenida al inicio a una nueva era de entendimiento que buscará soltar lastre para dejar en el pasado las afrentas, los ataques, las muchas conspiraciones y ese sentimiento de inutilidad, de desengaño y de pérdida de tiempo que llega casi siempre con el fin de las utopías.

Con esa sensación de que, el hastío y la desesperanza que aquejaba a millones en la Isla, dará paso a un ambiente de celebración y de optimismo con la reconstrucción de ese puente entre las costas de Varadero y las de Florida.

Por fin, millones que contemplaban el progreso de aquellos que habían desertado de la Isla, para tener un futuro mejor en Estados Unidos, tendrán una mejor oportunidad para mejorar su precaria situación gracias a ese balón de oxígeno que llegará con la gradual apertura de la economía, del intercambio comercial y con ese flujo de turistas que llevarán consigo una importante derrama de divisas a la Isla.

Por cuestiones de prudencia, es casi seguro que nadie se atreva a hacer alusión a la estúpida miopía de Estados Unidos. Principalmente de su clase política que nunca sospechó que el aislamiento de Cuba durante más de medio siglo se transformaría en su propia marginación de Latinoamérica.

Pero, también, nadie se atreverá a hablar de la decrepitud de un régimen castrista que perdió la oportunidad de convertirse en un movimiento igualitario y liberador. El fracaso de la utopía socialista en Cuba, a pesar de sus innegables avances, se ha transformado en una distopía; en esa paradoja que hoy anima un proceso de reconciliación apurado por la crisis y el hambre.

En muchos sentidos, el fracaso de la utopía socialista en Cuba, generó los anticuerpos que han dado vida a un proceso de apertura que hoy no tiene vuelta atrás.

Wayne Smith, ex funcionario diplomático de Estados Unidos en Cuba, que fue testigo de excepción durante la victoria de la Revolución encabezada por Fidel Castro en 1959, y que vivió la ruptura de las relaciones en 1961, recordaba la semana pasada que Cuba siempre ha tenido en Estados Unidos el mismo efecto que la Luna en los lobos.

La razón principal de esta animosidad, fue la capacidad de Fidel Castro para convertirse en el principal obstáculo para que Cuba terminara convirtiéndose en una especie de protectorado o de un Estado asociado como Puerto Rico.

Pero, además, su porfiada resistencia para conceder carta de naturaleza a la Doctrina Monroe. Esa que pregonaba la expansión de Estados Unidos por todo el Continente.

Hoy, gracias a la doctrina Obama en materia de política exterior, Estados Unidos y Cuba buscan el reencuentro en condiciones de igualdad política. Otro asunto es el de la asimetría económica que el restablecimiento de las relaciones intentará resolver, mientras inyecta ese oxigeno que permitirá tonificar el músculo democrático en la Isla.

Aunque el paso que darán hoy Washington y La Habana merece quedar registrado en los libros de historia, las desavenencias del pasado no se superarán de la noche a la mañana. Funcionarios diplomáticos de ambas naciones, reconocen que el reinicio de relaciones diplomáticas marca el kilómetro cero de una nueva era.

Una etapa que se verá acompañada por el rechazo de quienes desde el exilio cubano en Estados Unidos buscarán que nadie termine con sus privilegios. Pero, también, con el recelo de quienes desde la cúpula en el poder en Cuba buscarán que el nuevo proceso no suponga el fin de sus prebendas.

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