Baltimore

Hasta hace apenas tres años, Baltimore era considerada la metrópoli modelo de la inclusión racial. Los esfuerzos por dejar atrás la leyenda de criminalidad y rezago social de la comunidad negra incluyeron invitaciones a la comunidad migrante de origen hispano para convertir a esta ciudad, la más grande del estado de Maryland, en un ejemplo de pujanza económica y de convivencia multicultural.

De forma inmediata, inmigrantes de distintos puntos de Estados Unidos atendieron el llamado de la alcaldesa Stephanie Rawlings-Blake. Entre 2000 y 2007, la población inmigrante aumentó en 50% para compensar el éxodo de casi 60% de la población que huyó de la recesión, la violencia y la segregación. El problema para las autoridades, sin embargo, fue la dificultad para echar tierra al viejo historial de brutalidad policial y al encono de la comunidad afroestadounidense, harta de los abusos de las autoridades del orden.

Como botón de muestra, el periódico local The Sun documentó un total de 317 demandas contra la policía por casos de brutalidad desde 2011. El costo total del pago por indemnizaciones asciende a casi 6 millones de dólares. A pesar de los acuerdos monetarios en los tribunales, las malas prácticas de la policía siguen sin corregirse, emponzoñando unas relaciones entre quienes parecen eternamente abocados a maltratar y los que protestan, en un círculo vicioso que ha convertido a Baltimore en un polvorín.

“Las pésimas relaciones de la policía, combinadas con un ambiente de miseria, frustración y desesperanza de la comunidad negra de EU, han sido el caldo de cultivo de una revuelta que estalló tras la muerte de Freddie Gray en condiciones inexplicables”, consideró Keith Allison, un congresista demócrata del caucus afroaestadounidense al apuntar a las condiciones de miseria y segregación que han atizado las protestas en Baltimore y otras ciudades aquejadas por el mismo mal.

Para entender el fenómeno de las revueltas que se viven en esta ciudad, dividida por esa línea imaginaria de la Charles Street que separa a los guetos negros de la parte más pujante de la ciudad, habría que remitirse al caso de Gray, un joven de 25 años y de raza negra que murió el pasado 19 de abril cuando estaba bajo custodia policial.

Freddie se había convertido en un viejo conocido para la policía por participar en delitos menores, como la posesión de mariguana y otros narcóticos. En defensa de Freddie, algunos de sus amigos alegan que si tenía ese historial criminal de posesión de drogas era porque necesitaba ayudar a la manutención de su familia, sumida en la miseria en el barrio de Sandtown-Winchester.

“Freddie no tenía más remedio que vender drogas como hacen muchos otros jóvenes para ayudar a su familia”, aseguró a la cadena CNN Juan N., uno de los amigos que dieron la cara para defender la memoria de Freddie.

La infancia de este joven discurrió en un gueto, bajo las peores circunstancias: pobreza, desempleo, deserción escolar, embarazos juveniles, la drogadicción y la violencia.

Según estadísticas recabadas por la organización Think Progress, el índice de desempleo en esa zona supera el 51%, una cifra catastrófica.

El ingreso per cápita es de 24 mil dólares, es decir, por debajo de los 24 mil 500 dólares que marcan la frontera de la extrema pobreza en EU.

El porcentaje de casas sin ocupar, tras la crisis inmobiliaria que convirtió a la comunidad negra en presa fácil de los bancos y sus créditos hipotecarios basura en 2012, es del 33%. El porcentaje de niños con elevado nivel de plomo en la sangre supera el 7%.

“En Baltimore viven dos Américas. La que es viable y tiene una opción de futuro y... la de Freddie Gray, donde la desesperanza y la frustración asoman la cabeza para recordar esa enfermedad de la pobreza que consume muchas vidas y convierte a estas urbes en caldo de cultivo de la protesta social”, según Allison.

Jennifer Vey, del Brookings Institution, estimó a su vez que “es importante tener en cuenta que los sucesos de los últimos días ocurren en un contexto de pobreza, de desempleo arraigado, de desconexión social que es común en muchos vecindarios de Baltimore... pero eso no es exclusivo de Baltimore, es parte de un contexto nacional mucho más amplio. Creo que lo que esto indica es que hemos estado operando, desde hace bastante tiempo, bajo un modelo económico que claramente no está trabajando para un gran número de personas en este país”.

Tiempo detenido

Una vieja foto en blanco y negro con un letrero de protesta adosado al ventanal de un negocio en el 432 de la North Avenue, parece confirmar que el tiempo se ha detenido en Baltimore: “Los blancos han convertido nuestros barrios en campos de concentración”.

La imagen, capturada hace 48 años, en la primera semana de abril de 1968, tras el asesinato del líder de los derechos civiles Martin Luther King, dejó constancia de la peor oleada de protestas y enfrentamiento con la policía que se saldó con un total de 5 muertos y más de 400 arrestos.

Entonces, la ciudad de Baltimore, que se sumó a las protestas violentas en más de 125 ciudades en EU, amaneció entre la basura y la humareda ocasionada por una jornada de caos que dejó 300 edificios y locales incendiados. El entonces gobernador de Maryland, Spiro Agnew, ordenó el despliegue de más de 6 mil efectivos de la Guardia Nacional y cientos de policías para sofocar la revuelta.

Casi medio siglo después, las heridas no sólo siguen sin cicatrizar, sino que se han profundizado, emponzoñando el ambiente de convivencia en una ciudad que durante varias décadas ha dormitado sobre un polvorín.

No sólo Baltimore ha sido testigo de la ira racial. Ciudades como Ferguson, a las afueras de St. Louis, Missouri, Nueva York, Seattle, Chicago, Cleveland, Indianápolis y Washington, también han sido escenarios en los últimos meses de protestas, disturbios y caos.

Determinar las causas de este renovado brote de violencia no es sencillo. Analistas y expertos apuntan hacia el odio y frustración acumulados por la aplicación de la doctrina de la cero tolerancia, una política de represión que se popularizó desde la década de los 80 y que se extendió por las principales urbes de EU para arrinconar a las minorías negra e hispana en sus guettos.

“La doctrina de los cristales rotos o cero tolerancia se ha convertido en la política de la espina rota, en el caso de Freddie Gray”, dijo Jamal Bryant, reverendo de la Iglesia del Empoderamiento, vertiente del movimiento cristiano que ha hecho de la religión un refugio y una poderosa plataforma de interlocución entre la clase política y los miles de desposeídos en la comunidad afroestadounidense de Baltimore.

El caso de Gray ha vuelto a poner en la mira a unos cuerpos policiales acusados de brutalidad. Una epidemia que se ha extendido por distintos puntos de EU impactando a las minorías negra y latina, ese ejército demográfico que hoy sale a las calles para exigir un alto a las agresiones policíacas. Esa comunidad celebró justamente ayer que el fiscal del estado de Maryland imputara a seis oficiales de policía (tres negros y tres blancos) por la muerte de Gray.

Ala violencia policíaca se ha sumado, además, la fallida guerra contra las drogas, que convirtió a la comunidad afroestadounidense en objetivo de redadas policiales y materia prima de centros carcelarios. De 1980 a 2007, el número de reos de raza negra encarcelados por posesión de drogas pasó de 42 mil a más de medio millón.

“El factor de carácter sistémico y que está directamente conectado con la violencia en Baltimore es lo que ha dejado tras de sí la guerra contra las drogas. Una batalla que se ha librado en Baltimore de forma muy agresiva”, dijo David Simon, ex reportero policial del Baltimore Sun y próspero guionista de las series de televisión “The Wire” y “The Corner”.

“Lo que hizo la guerra contra las drogas fue facilitar una función de control social. Es decir, se buscó simplemente mantener a los pobres boca abajo con el pretexto de las zonas libres de droga. Esta estrategia sirvió de excusa a todo el mundo para operar al margen de la ley y el derecho”, añadió Simon.

La combinación de políticas de cero tolerancia con la fallida guerra contra las drogas terminó así con el principio de la causa probable, el último refugio de quienes son acusados de forma injusta. En su lugar, los cuerpos policiales convirtieron a la comunidad afroestadounidense en objetivo de sus redadas, ajusticiamientos y encarcelamientos al vapor que poco a poco fueron emponzoñando la relación con la comunidad.

“Las comunidades más pobres y vulnerables se convirtieron en parte del plan elaborado por el gobierno, la policía y los alcaldes”, prosiguió Simon, en alusión a esta campaña que implementó el ex alcalde de Baltimore, Marton O’Malley, para sumarse a la estrategia adoptada por Rudolf Giuliani en Nueva York en la década de los 90.

Este coctel de lucha antinarcóticos y tolerancia cero que galvanizó a los cuerpos policiales de las grandes urbes de EU encontraría en los guetos miserables de Ferguson, Cleveland, Chicago, Nueva York, Baltimore, Seattle o Indianápolis el caldo de cultivo para la revuelta que hoy incendia a la Unión Americana.

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