San Salvador.— Cuando oyó el disparo, Óscar Rivera se olvidó de las monjas que acompañaba, se echó a correr y subió al coche. Escapó sin mirar atrás. No sabía que dentro de la capilla, a sólo unos metros de distancia, Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador, daba su última misa cuando una bala expansiva en el corazón lo mató aquel 24 de marzo de 1980. El Salvador perdía al religioso que luchaba por los pobres y los campesinos en plena guerra civil y al que grupos paramilitares, conocidos como los Escuadrones de la Muerte, asesinaron. Ayer, 35 años después, este chofer caminó a esa misma capilla, mientras en las calles de la capital salvadoreña, una multitud de unas 300 mil personas presenciaban la beatificación de monseñor Romero, el hombre al que escuchó matar.

Durante sus misas, Romero denunciaba las injusticias sociales, pedía dejar las armas y lanzaba fuertes críticas contra el gobierno y las guerrillas. Miles de salvadoreños sintonizaban sus homilías por la radio. Sus declaraciones le causaron muchos enemigos dentro del país y fueron su sentencia de muerte. Al mismo tiempo, provocaron la antipatía de la Iglesia católica al ser considerado un sacerdote rebelde, seguidor de la Teología de la Liberación. Durante años, varios sectores conservadores dentro del Vaticano frenaron su beatificación, un paso previo a la santidad, hasta que el papa Francisco, quien reivindica una Iglesia “pobre y para los pobres”, acabó con la oposición y dio luz verde para convertir a un mártir —como él mismo lo ha definido— en beato.

Desde el viernes, seguidores de Romero llegaron de distintos puntos del país y Centroamérica para asistir a la ceremonia en la plaza El Salvador del Mundo, considerada el símbolo nacional del país y donde se encuentra una estatua de Romero. Durante la semana más violenta de El Salvador en la última década, se citaron seis jefes de estado, cinco cardenales, mil 200 sacerdotes y delegaciones de 57 países.

A solo unas cuadras de la plaza, en Avenida Revolución, se encuentra un busto de Roberto D’Abuisson, fundador del partido Arena, líder de los Escuadrones de la Muerte y supuesto responsable de haber ordenado el asesinato del arzobispo de San Salvador. “Los que lo mataron siguen por aquí. Nunca se han disculpado”, exclamó Carlos Antonio Duarte, quien desde la noche anterior había llegado de Santa Ana, a una hora de la capital, para ser partícipe de un día de justicia nacional.

Hace 35 años, una semana después de la muerte de Romero, Duarte se encontraba en este mismo lugar, al costado de la catedral, a esta misma hora, 11:30 de la mañana, junto con unas 50 mil personas que velaban en cuerpo presente a monseñor. De repente, se escucharon bombas y disparos. Algunos se abalanzaron para proteger el féretro, otros corrían para refugiarse.

Ese día murieron 40 personas. Muchos de los cadáveres no pudieron ser identificados porque no llevaban documentos. “Por eso tenía que estar hoy aquí, por todo lo que nos pasó”, dijo apretado entre los cientos de miles que escuchaban a Vincenzo Paglia, el Postulador de la Causa, leer la carta apostólica en la que declaraba a monseñor Romero beato.

Aunque la guerra que dejó más de 70 mil muertos acabó, las bajas continúan. La beatificación del hombre que soñaba con la paz en su país ocurre en la semana más violenta de la historia de El Salvador desde que acabó la guerra. Sólo en este mes ha habido más de 400 asesinatos, los cuales representan un 83% más de los ocurridos en mayo del año pasado, cuando se registraron 219 casos. Las autoridades adjudican esta escalada de violencia con el fin de la tregua entre pandillas.

En abril de 2014, el entonces presidente, Mauricio Funes, anunció en su programa de radio el fin del acuerdo de cese al fuego entre la Mara Salvatrucha y el Barrio 18, los dos grupos criminales más poderosos de Centroamérica. Con la tregua, que inició en marzo de 2012, los homicidios diarios pasaron de 14 a cinco. Actualmente, según el subdirector de la Policía Nacional, Howard Cotto, la tasa diaria ronda los 22.

“Están diciendo que somos el país más peligroso del mundo, todos se están matando, pero aquí estamos los buenos”, comentó Óscar Rivera entre los feligreses vestidos con camisetas con la cara de monseñor Romero. La beatificación del llamado santo de América fue vista como un acto de esperanza en un país que amenaza con desplazar a Honduras como el más peligroso del mundo. Al momento de la beatificación, apareció el halo solar que hace unos días se vio en la ciudad de México. Los asistentes empezaron a mirar al cielo. La mayoría lo interpretó como una señal. “Es Dios manifestándose”, sentenció Carlos Antonio Duarte.

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