El periódico de sátira The Onion (La Cebolla) proclama que el lema de campaña de Hillary Clinton por la presidencia es: “Porque me lo merezco”. Bromas aparte, la mujer que nació en los suburbios de Chicago, esposa del ex presidente Bill Clinton, uno de los políticos más formidables de la era moderna, parece empeñada en demostrar que, a sus 69 años, lo aprendido al lado de su esposo y a lo largo de una tumultuosa carrera, la acredita como futura presidenta de Estados Unidos.

Ex primera dama, ex senadora y ex secretaria de Estado. Son los cargos que ha ocupado por caprichos del destino y méritos propios. Su peor caída la sufrió en 2008 a manos de Barack Obama, el hombre que le robó el turno de hacer Historia como la primera mujer que llega a la Casa Blanca. En descargo de ese agravio, Obama vaticinaba el sábado que Hillary: “Será una excelente presidente de Estados Unidos”.

A favor de Hillary está un tsunami de inevitabilidad en la percepción de millones, además de 2 mil 500 millones de dólares en la recaudación para financiar una campaña que ayer arrancó mediante un simple tuit y un video, en el que promete que la conquista de la Casa Blanca será una empresa en la que “lo importante no seré yo, sino ustedes”.

Si bien es cierto que Hillary creció a la sombra de su esposo Bill Clinton, sus inquietudes, aspiraciones y experiencia arrancan desde sus años en la Universidad en el estado de Massachussetts. Poco después de ingresar a la Escuela de Derecho en Yale conoció a Bill, quien llegaría a convertirse en gobernador de Arkansas, tradicional enclave republicano. Su papel como primera dama hizo evidente que lo suyo no era mantener el bajo perfil de la esposa obsecuente. Su intervención oficiosa en todos y cada uno de los asuntos la convirtieron en un poder detrás de la silla gubernamental.

En 1992, cuando su esposo decidió contender por la presidencia, los estrategas de campaña se encargaron de propagar la frase “dos por el precio de uno”, en alusión a un binomio acostumbrado a operar de forma conjunta. Su participación activa en las campañas de su esposo la convirtieron en interlocutora inevitable, pero también en un flanco abierto que los republicanos aprovecharon desde entonces para atacarla y convertirla en el talón de Aquiles de su esposo.

Los más feroces ataques contra Hillary, durante la presidencia de su esposo, se produjeron en medio de una intensa campaña para reformar el sistema de salud. La decisión de Bill Clinton de colocarla al frente de esta cruzada la convirtió en carne de cañón de despiadados ataques que le criticaron por su desmedida ambición y su falta de experiencia política.

Durante el segundo mandato de Clinton, Hillary tuvo que encarar dos escándalos que pusieron a prueba su matrimonio. El primero, una investigación desde el Congreso para esclarecer su responsabilidad en la trama de Whitewater, un escándalo de inversión inmobiliaria del que salió exonerada, aunque bastante maltrecha.

Poco después, el escándalo sexual entre su esposo y Monica Lewinsky la convirtió en blanco de los ataques de quienes la consideraron demasiado indulgente con su esposo. En defensa del presidente, Hillary llegó al extremo de acusar a la derecha conservadora de un montaje que estuvo a punto de costarle la presidencia a su esposo y condenó a Lewiksny al oprobio.

La ambición por el poder se convertiría, desde entonces, en su gran compañera de viaje. Hacia el 2000, Hillary decide que ha llegado el momento de emprender el vuelo en solitario como candidata a Senadora por Nueva York. Su victoria marcaría el inicio de una carrera que la convertiría en lo que es hoy: la primera mujer con serias aspiraciones para conquistar la presidencia.

En el camino, Hillary dejaría varias pruebas de su carácter diletante. De su tendencia a navegar con bandera de demócrata de centro, pero con tendencias de halcón en asuntos de política exterior. Su voto a favor de la guerra en Irak, error que le costó miles de votos en la contienda demócrata por la nominación presidencial de 2008, y su tendencia a escurrir el bulto de la responsabilidad (particularmente en la tragedia de Bengasi en 2012, cuando en un ataque al consulado perdió la vida el embajador de EU en Libia, Chris Stevens), le han granjeado la desafección de miles que consideran que tiene un serio problema de credibilidad.

En cualquier caso, las encuestas siguen confirmando que Hillary Clinton es la mejor apuesta del partido demócrata para retener la Casa Blanca y confirmar que, ocho años después de haber sufrido una humillante derrota a manos de Barack Obama, sigue conservando el halo de candidata inevitable.

jram

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