La impresionante movilización ciudadana luego del sismo del pasado 19 de septiembre puede significar el encendido de una mecha que genere consecuencias benéficas hacia delante, o bien puede ser un mero destello, es decir un movimiento brillante pero efímero, el cual quede disuelto dentro de muy pocos días.

Si nos atenemos a la experiencia histórica, habría elementos para pensar que una ciudadanía consciente de su poder va a ser capaz de traer consigo muchos cambios. Eso fue lo que sucedió luego de 1985; tres años después de esa histórica fecha, un movimiento de izquierda pudo desafiar en las urnas al partido oficialista con la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas.

Luego vinieron profundas transformaciones en la política de la Ciudad de México; hubo importantes reformas electorales en 1990, 1994 y 1996; en 1997 la izquierda se hizo con el gobierno de la capital por vez primera; el pluralismo llegó para quedarse y en el 2000 se alcanzó la alternancia en el poder ejecutivo federal.

El presidencialismo ya nunca más fue igual a lo que había sido durante décadas. ¿Podrá darse un proceso parecido luego de las movilizaciones de estos días tan aciagos?

La generación de jóvenes que demostró estar lista y muy dispuesta a ayudar a los demás tiene muchas ventajas que podría aprovechar si quisiera. En primer lugar las redes sociales como medio de comunicación instantáneo, plural, incesante en su fluir y funcionando 24 horas al día. Ya no estamos en el país en el que un noticiario y un conductor de noticias marcaban la agenda nacional; hoy la información circula libremente y a gran velocidad gracias a las nuevas tecnologías.

Una segunda ventaja que habría que aprovechar es el creciente pluralismo político; el escenario electoral contiene un número considerable de opciones políticas, de muy distinta ideología. Y aunque algunos partidos han decidido aliarse, lo cierto es que actualmente hay distintos proyectos de país; la ciudadanía tiene una libertad efectiva para elegir la opción que le parezca mejor.

En tercer lugar, cuentan con el ánimo encendido al darse cuenta de que trabajando juntos se pueden lograr muchas cosas. A pocas horas del sismo ya funcionaban los centros de acopio. Fue tan cuantiosa la movilización que pronto se difundieron mensajes pidiendo ya no llevar víveres o comida a determinados lugares, o que ya no se juntaran más voluntarios en algunas ubicaciones. Fue impresionante. Muchos jóvenes no van a olvidar durante años lo que vieron, vivieron y aportaron en esas largas y frenéticas jornadas de colaboración desinteresada.

Pero también es cierto que hay muchos obstáculos por vencer. Se trata de una generación que está profundamente desencantada de la política. El rechazo hacia los partidos parece ser, en México al menos, un reclamo casi unánime.

Tampoco es una generación que tenga aspiraciones políticas. Hay más jóvenes dispuestos a iniciar una start-up que a militar en un partido político; eso es algo bueno, desde luego, pero ciertamente dificulta que pueda darse una movilización juvenil que genere cambios profundos en el país, por lo menos a nivel de la clase gobernante nacional.

Por si lo anterior fuera poco, también hay que destacar la manía de algunos jóvenes de hacer las cosas para tomarse “selfies” y subirlas a su Facebook en vez de vivir realmente la experiencia en la que están inmersos. Si van a museos, lo importante no es ver el cuadro, sino dejar constancia en sus redes sociales de que fueron. Si asisten a un concierto, lo relevante es que sus amigos lo sepan. Hubo personas que, en medio del temblor, estaban grabando con sus celulares en vez de socorrer a los demás. ¿Cómo puede una generación así forjar un movimiento de participación política efectivo, que sirva para sacudir las envejecidas estructuras del Estado mexicano?

Quizá lo inmediato sería fijarse una o dos metas concretas y trabajar arduamente hasta alcanzarlas. Una de ellas debe ser la disminución drástica del gasto electoral. No podemos permitir un desperdicio tan grande de recursos; las elecciones cuestan demasiado (igual que los partidos políticos). Empecemos por ahí: ese debe ser el primer objetivo en la agenda, pero no el único.

El otro gran tema podría ser el del combate a la corrupción. Las generaciones más jóvenes tienen derecho a vivir en un país con menos políticos podridos y ladrones. Ojalá no se les olvide que el cambio está en sus manos.

Investigador del IIJ-UNAM.

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