La propaganda electoral nos hace pensar que México no ha tenido pasado; que no hay nada bueno en el ayer y que sólo se recuerda lo negativo. Da la impresión de que cada seis años aparecen candidatos que intentan convencer al electorado de que con ellos se inicia la construcción de todo lo bueno, sin reconocer el enorme esfuerzo requerido para lograr lo que hoy tenemos.

Muchas generaciones han hecho su mejor esfuerzo para que México avanzara de los 77 países del llamado tercer mundo al G20, donde participan las veinte naciones de mayor pujanza económica del planeta.

En esta elección habrán de votar por primera vez más de seis millones de jóvenes, que a lo largo de su vida han acumulado una noción de un país en conflicto y la crítica a las acciones gubernamentales. Pero también, son representantes de una nueva generación más competitiva, abierta al mundo y dispuesta a hacer valer su voz.

A nivel internacional se identifica una tendencia de presionar los procesos democráticos hacia fundamentalismos, que si bien las anteriores generaciones habían dado por resueltos hoy están nuevamente abiertos al debate con propuestas excluyentes, de cuyas deficiencias democráticas se abren espacios hacia ejercicios gubernamentales autoritarios y extremos. En las democracias que creíamos consolidadas y maduras, la xenofobia y la exclusión racial y religiosa toman fuerza. Las ofertas electorales de muchos países desarrollados ofrecen políticas que consisten en la agresión hacia unos y beneficios hacia otros, dejando atrás la búsqueda de consensos para una convivencia armónica.

Por ello, más que cuestionar la vigencia de la democracia, es pertinente cuestionar la forma de renovar los ideales democráticos. Las nuevas generaciones han sometido a los partidos políticos a una crisis de representatividad y conducción de los anhelos sociales, que los obliga a sustituir la visión colectiva unificada por una estrategia de diversificación en función de las necesidades individuales de los ciudadanos.

La nueva generación que está convencida de su derecho a tener una mayor participación en las decisiones públicas se contrapone al ejercicio de la autoridad de personalidades dominantes. Por ello es que es apremiante que las propuestas electorales den a conocer la visión de renovación democrática, que de manera precisa explique las formas de convivencia social amparadas por un estado de derecho robusto, un sistema de justicia eficaz y un proyecto económico de libre participación para la superación social.

Hoy las campañas están concentradas en la imagen personal, con propuestas fragmentadas. Son mensajes que privilegian la crítica recíproca y dejan en la opacidad a aquellos que compiten por tres mil cuatrocientos cargos de elección a gobernadores, senadores, diputados locales, legisladores estatales y alcaldes.

Por ello antes de que se inicien los debates es imperativo que los candidatos expliquen cómo resolver los graves problemas de seguridad o los desequilibrios sociales, y nos den a conocer sus propuestas detalladas y veraces en materia de infraestructura, finanzas públicas, política fiscal, impulso al comercio exterior, al desarrollo del campo y zonas marginadas, educación, salud, modernización administrativa y política social para el progreso integral del país.

Más allá de las simpatías personales, la verdadera razón del voto es identificar a aquel funcionario capaz de conducir las prioridades nacionales con visión de Estado y sin exclusiones o preferencias sociales, para conciliar las graves diferencias que hoy nos confrontan y no para exacerbarlas por un afán de lucro político sin medir sus consecuencias.

Rúbrica. Presunción de inocencia del votante. El Bronco ya causó broncas entre el INE y el Trife.

Político, escritor y periodista.
@AlemanVelascoM

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