Una de las más delicadas responsabilidades de un líder es procurar la convivencia pacífica de sus ciudadanos a pesar de sus diferencias.

La película Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973) es una historia de ciencia ficción relativa a la degradación extrema del medio ambiente, con una trama policíaca, con las actuaciones de Charlton Heston y Edward G. Robinson. Los hechos suceden en el año 2044, cuando la ciudad de Nueva York está contaminada y sobrepoblada por cuarenta millones de habitantes. Independientemente de la trama, la razón de esta referencia son las contadas escenas donde la ciudad está dividida por una muralla de alta seguridad que separa a las clases dirigentes de los sectores marginados y de otros grupos sociales.

Al cumplirse un año de los enfrentamientos raciales en Charlottesville, Virginia, los supremacistas de raza blanca se manifestaron el pasado domingo frente a la Casa Blanca al tiempo que grupos opuestos los confrontaron con gritos y consignas. Los manifestantes se retiraron cuando empezó a llover, pero la herida sigue abierta en la conciencia de todo el país.

Es posible identificar el posicionamiento extremo de grupos conservadores que sostienen la plataforma de Donald Trump en Estados Unidos, Marie Le Pen en Francia o Nigel Farage en Gran Bretaña, los cuales han declarado en público y en privado su rechazo a grupos de migrantes o refugiados, así como a personas por su religión, país de origen o simplemente por su color de piel.

Es evidente que la administración Trump no pretende conciliar los graves riesgos de las tensiones raciales que ha provocado.

La tensión de estas posiciones ha rebasado no sólo la intención de obstaculizar el acceso de migrantes ilegales sino que también y, de manera preocupante, ha creado fracturas sociales profundas entre ciudadanos de una misma nacionalidad pero de características socio-demográficas que se han acusado como nocivas para la visión de país de su dirigente.

Una de las decisiones ha sido la intención de construir un muro en la frontera entre Estados Unidos  y México, el cual entre más preciso es su proyecto constructivo más alto es el costo y quizá poco eficaz su resultado final.

¿Qué función tendrá a fin de cuentas el muro fronterizo? Hoy la verdadera división racial está vigente en todas las ciudades estadounidenses, en formas explícitas e implícitas; basta ver los mecanismos de segregación de los agentes de bienes raíces en diversas zonas residenciales o suburbios, porque las minorías repudiadas pueden reducir el valor de los inmuebles de los vecinos.

Los supremacistas de raza blanca habrán de construir un muro en cada ciudad estadounidense, para aislarse de esas personas que tanto desprecian, como monumentos a la ignominia. Unos se indignan porque no hablan inglés o por cualquier otro motivo, lo cierto es que en las filas de un servicio de alimentos o bancario se generan comentarios hostiles o les gritan que regresen a su país. De poco sirve que demuestren que el agresor y el ofendido tienen la misma nacionalidad. Es una muestra del posible fracaso de su propia narrativa de libertades, de unidad y pluralidad que inspira a su emblema nacional.

Parece que no han servido mucho las lecciones de la historia en Berlín, el apartheid en Sudáfrica o el gueto de Varsovia para recordarle a los gobernantes que no se puede tener convivencia pacífica a nivel internacional si ésta no se tiene en su propia nación. Quizá sea momento de traducirles el poema “Cada ciudad puede ser otra” de Mario Benedetti: “Cada ciudad puede ser otra/cuando el amor pinta los muros/y de los rostros que atardecen/uno es el rostro del amor”.

Rúbrica. Grafiti. Las ciudades son espejos de sus habitantes y son lentes de aumento de la calidad de sus gobernantes.

Político, escritor y periodista. @AlemanVelascoM
articulo@alemanvelasco.org

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses